La asunción, por segunda vez, de la Dra. Michelle Bachelet, al gobierno de Chile, es oportunidad para pensar en restablecer relaciones diplomáticas, habida cuenta que hasta la Agenda de los 13 puntos, convenida hace cinco años por la mandataria chilena y el Presidente de Bolivia, prácticamente ha fracasado, estaría -salvo algunos puntos- enterrada en la historia, como recuerdo de un intento para encontrar soluciones a varios problemas entre Chile y Bolivia y ser, además, un inicio de posibles conversaciones para que Chile, en acto de justicia, reconozca que le debe a Bolivia una salida al Pacífico.
Acordar conversaciones y ver remedios a una situación que lleva más de 135 años de la invasión chilena a territorio boliviano, resultaba misión imposible con el presidente Piñera. El que el asunto marítimo haya sido planteado a la Corte Internacional de Justicia de La Haya resulta una esperanza que, en el mediano o largo plazo, ese tribunal vea la posición boliviana con equidad y justicia para reparar lo perdido en una guerra injusta y, en todo caso, servirá para incitar a Chile a que dialogue, converse y convenga con Bolivia la necesidad de reparar una injusticia y, además, se reconozca los muchos daños inferidos a Bolivia en 135 años con la inclusión del incumplimiento del Tratado de 1904 impuesto por Chile.
Es preciso recordar que Chile niega sus propios ofrecimientos como el caso de los Tratados de 1895, cuando estaba de acuerdo en ceder a Bolivia extensos territorios arrebatados al Perú en la guerra del Pacífico; luego los positivos avances mediante nuestro embajador Alberto Ostria Gutiérrez que se encaminaron seriamente para encontrar soluciones al más que centenario problema. Seguidamente, y sobre esas bases, todo lo tratado con el “abrazo de Charaña” por los dictadores Hugo Banzer, de Bolivia y Augusto Pinochet, de Chile en que prácticamente llegaron a convenir una extensa costa a cambio de territorios que no implicarán, en modo alguno, merma de las extensiones territoriales de Bolivia. Esos posibles acuerdos no llegaron a concretarse por la oposición de algunos sectores en Bolivia y que Banzer tuvo que tomar en cuenta y pedir a Chile que no haya compensación territorial.
Hubo otros intentos y hasta propósitos para llegar a buenos acuerdos pero las mezquindades, especialmente político-partidistas, no dejaron que se avance y, así, los acercamientos con el “abrazo de Charaña” fueron considerados, en Bolivia, como intento de traicionar a la patria y todo quedó en nada, aunque hoy se cree, en varios niveles políticos y sociales, que lo tratado y avanzado en Charaña fue lo mejor y más factible.
Posteriormente, la Agenda de los 13 puntos que podía dar algunos resultados y ser un inicio para concretar con el tiempo una solución al problema marítimo, quedó en nada. Los gobiernos de Chile, pese a sus propias ofertas -caso de los Tratados de 1895- sistemáticamente negaron toda solución al problema. Esos gobiernos, ciegos obedientes del militarismo chileno, negaron toda posibilidad y, por nuestra parte, hubo en muchos gobiernos descuidos, y las eternas políticas del “dejar hacer y dejar pasar”; en los últimos ocho años poco o nada se hizo -excepto nuestro reclamo ante la Corte de La Haya- por las políticas partidistas y, sobre todo, por carencia de un cuerpo diplomático bien estructurado, profesionalmente capaz, consciente, responsable y ampliamente conocedor del problema e inclusive de la apropiación indebida de los ríos Lauca, Mauri, Caquena y el aprovechamiento de los manantiales del Silala, casos que nunca debieron quedar abandonados a favor de Chile.
Independientemente de lo planteado en La Haya, correspondería, hoy más que nunca, reiniciar relaciones diplomáticas con miras a tratar no solamente infinidad de problemas sino el mismo caso de nuestra pérdida del extenso y rico Litoral que hoy Chile explota.
Evidentemente, hay sectores en Bolivia y en Chile que no ven la necesidad de esas relaciones; pero, al margen de egoísmos y mezquindades, hay que tomar conciencia de la necesidad de restablecer relaciones con el nombramiento de embajadores que tomen en serio su misión y se abran caminos para tratar, convenir y solucionar muchos problemas.
Pensar que uno de los puntos condicionantes para ese restablecimiento sería abandonar o retirar los planteamientos en La Haya, sería totalmente contraproducente porque Chile, con mayor firmeza y tozudez, rechazaría atender nuestros reclamos. El caso ante el Tribunal de La Haya debe continuar y, al margen de ello, restablecer relaciones que absurdamente se mantienen rotas desde hace muchos años, habida cuenta que mantener sólo consulados -inoperantes muchas veces- no es suficiente y menos práctico.
Finalmente, hay que abandonar los intereses partidarios y dar prioridad al país con la designación, en su caso, de diplomáticos de carrera, que entiendan el problema, que sean profesionales y actúen con la debida experiencia y puedan hablar con Chile en condiciones francas y honestas para encontrar caminos factibles a lo que se quiere remediar. Seguir divorciados y con simples puntillazos por todo lado, no trae ningún beneficio a las partes; corresponde, pues, que en los ámbitos de amistad, respeto y concordia se reabran embajadas.
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