Cuando el presidente Evo Morales se disponía a viajar a Santiago, a la posesión en el mando de su homóloga Michelle Bachelet, no sólo se barajó en el país la reapertura del diálogo bilateral sobre el tema marítimo, pese que la presidenta electa adelantara que no se podía acceder a la cuestión por encontrarse en conocimiento de la Corte Internacional de Justicia de la Haya, coincidiendo con el presidente saliente Sebastián Piñera.
A la vez, círculos políticos y diplomáticos domésticos proliferaron no sólo en opiniones en pro y en contra del viaje, sino sobre si correspondía o no abrir tratativas marítimas. Fueron muchos -inclusive un ex presidente- los que declararon por la procedencia del diálogo entre partes y, por supuesto, a favor de la asistencia presidencial al cambio de Gobierno, aun encontrándose en trámite la demanda. Los hechos han demostrado -para contraste del Palacio de la plaza Murillo- que no pueden convivir dos “cuerdas” paralelas. Contingencias como ésta se las debería sopesar antes y no después.
Volviendo la mirada al 2006, en el que los famosos 13 puntos constituían materia a tratar por las cancillerías de Santiago y La Paz -aunque hay criterios de que los más o menos puntos ya figuraban en agenda antes del dichoso año- se aprecia que la política de halagos hacia la entonces presidenta de Chile, sonrisas y regalos de charangos, ponchos y recuerdos ablandarían la sólida política de Estado de la Moneda con respecto a Bolivia. Evo Morales tampoco lograría su cometido jugando fútbol con el presidente Piñera, tan firme como su predecesora, y lo decimos porque a menos que hubiésemos perdido la memoria, cuando era presidenta la señora Bachelet dijo que no se debía alentar falsas expectativas que involucraran cesiones con soberanía. Ya entonces conocíamos el camino áspero que nos esperaba.
El presidente Morales supuso que la cordialidad y supuestas afinidades ideológicas nos conectarían pronto con el mar. Por lo menos ese fue el libreto que se trató de vender a la opinión pública. La falta de avance, ni de un centímetro en el tema del enclaustramiento, demuestra que se trataba de un recurso político más de consumo interno y de nada sirvieron las visiones de que como militante “socialista” la mandataria chilena, las cosas podían tener éxito. El socialismo de la elite política del Mapocho tanto como su línea económica capitalista parece que nada tienen que ver con el socialismo-indianista oficial.
El viaje presidencial a Santiago alcanzó algún éxito por la concentración en un teatro de Santiago para vitorear al mandatario huésped y proclamar una vez más “mar para Bolivia”. Quienes asistieron al acto son militantes de los partidos extremistas integrantes de la coalición de Michelle Bachelet, lo cual no deja de entrañar un problema y presión a la vez.
Insistir en un diálogo paralelo a La Haya conduce a debilitar la posición nacional ante el tribunal internacional, revelando inseguridad y hasta dudas. Parece axiomático recordar que lo que se hace y deja de hacer en diplomacia, de todos modos repercutirá en el ánimo de los miembros de dicho tribunal. Nada bueno les dirá el apoyo explícito del Gobierno al dictador sirio y a las 350.000 muertes que se le atribuyen, o el apoyo militante al presidente Maduro en medio de protestas reprimidas a sangre y fuego y otras acciones de parecido matiz. Se hace recomendable mesura tanto en la política internacional como en el manejo interno, pues los magistrados de La Haya no son sordos a ecos que provengan de una y otra parte.
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