Pueblos originarios y el mar

A los tradicionales festejos del Día Mundial de la Poesía y el equinoccio de otoño cada 21 de marzo, durante el presente año el Consejo de Amautas Indígenas del Tawantinsuyo añadió la novedad de organizar en colaboración con la Armada Boliviana, la conmemoración de los 135 años de la invasión chilena en la mañana del 23 de marzo en el Estrecho de Tiquina, a fin de afianzar el derecho de los pueblos nativos a la reintegración de su antigua heredad marina.

En realidad, desde tiempos inmemoriales los diversos pueblos y culturas que pueblan la geografía nacional mantuvieron contacto con las dilatadas masas oceánicas, contándose con testimonios tales como el monolito de Tiwanaku que presenta un cinturón estampado con relieves de cangrejos marinos; o las grandes conchas de mar que antes de la invasión europea se utilizaran como instrumentos musicales, siendo reemplazados en la actualidad por “pututos” de cuernos de toro.

Como emblema de la íntima vocación marina de los pueblos nativos los amautas adoptaron la imagen de una “Wamphu” (balsa de totora gigante), inspirada en una estampa atribuida al antiguo cronista fray Baltazar de Salas, quien recoge la versión legendaria de que el Arca del Diluvio fuera construida en las márgenes del Titicaca por el patriarca de la nación Uru llamado Ñoque, y tras meses de navegación a la deriva fue a parar a la otra orilla del océano, desde donde envió a sus hijos a poblar las diversas regiones del mundo.

Ya en nuestro tiempo, los nativos de las márgenes del Titicaca participaron en numerosos experimentos científicos, con la construcción de grandes naves de totora que surcaron las masas oceánicas de un continente a otro. La primera de ellas, la Ra II, en 1971 intentó demostrar los contactos intercontinentales que se dieran en la remota antigüedad, intentando explicar los numerosos paralelismos y coincidencias que se observan entre culturas situadas entre ambas orillas de los mares.

En tiempos republicanos, si tenemos en cuenta que la principal motivación de la gesta emancipatoria emprendida por Simón Bolívar fuera la devolución de las tierras americanas a sus legítimos propietarios, resulta inadmisible que un país limítrofe alentado por la ambición de una potencia extranjera por apropiarse de sus recursos naturales, en 1879 invadiera el territorio patrio para despojar a las poblaciones originarias de su vecindad marina, actitud esta que ni siquiera los antiguos conquistadores se habían atrevido a asumir pese a haberles privado de todos sus demás derechos.

Al haberse trasladado los grilletes coloniales a todo un pueblo en una oprobiosa esclavitud comercial y económica que dura más de un siglo, ante la conciencia de la comunidad internacional corresponde que la nación del Mapocho, en un acto de justa reparación histórica por la exacción continua de riquezas que cimentaron su actual prosperidad, devuelva un acceso soberano al litoral a los antiguos pobladores de la llamada la cautiva “Hija predilecta del Libertador”.

Atenidos al legado de quien fuera el Paladín de la descolonización en tierras americanas, Chile debe devolver a la república inicialmente llamada “Bolívar” los espacios abiertos a su comunicación con el mundo como contribución a la paz, la integración y unidad regional, con mayor razón si en ningún acápite del Tratado de 1904 consta que el pueblo boliviano haya renunciado a la cualidad marina con la que naciera a la vida independiente, heredada de los pueblos nativos de generación en generación a través de milenios.