[Armando Mariaca]

Servir al país con valores, sin demagogia ni populismo


Vivimos en año electoral que podría implicar cambios significativos en la vida del país; cambios que, al contrario de los ofrecidos por el régimen gobernante, podrían ser efectivos, constructivos y de una debida administración. Hablar de cambios es aferrarse a determinadas esperanzas y, si se trata de que siga el mismo gobierno, debido a la reelección del Presidente, las esperanzas radicarían en que el gran cambio se produzca en base a las experiencias recogidas por el régimen y haya cambio de conductas políticas y actitudes, que se corrija lo mal hecho y se actúe con vocación de servicio y alto sentido de responsabilidad, es lo que se debe hacer a partir de enero de 2015.

Esos cambios, con cualquiera de los candidatos que gane, tendrán que ser efectivos tanto en el Ejecutivo como en el Legislativo, actuando en forma diferente a todo lo vivido en los últimos años, que su conducta sea constructiva y basada en virtudes y valores que sirvan al país y no sea éste, una vez más, medio e instrumento de servicio personal o partidario.

Hablar de cambios implica renovar conductas, sentimientos y acciones; es, quiérase o no, superar lo que se hizo mal, pero, previamente con reconocimiento de todo lo hecho, sintiendo que se es capaz de examinar conciencialmente y mostrar que hay arrepentimiento y propósito de enmienda. No valen, en las actuales circunstancias, el “yo no fui” o, peor, el enrostrar los propios pecados a otros, el pregonar que son fuerzas foráneas las que nos condujeron por caminos o senderos equivocados que han dejado mucho lastre a su paso.

El país requiere con urgencia que sus hijos troquen conductas, sentimientos e intenciones; que vean el futuro con la debida conciencia constructiva de quienes aman y creen en lo que deben hacer. El servicio es base y condición del amor; es entrega y responsabilidad; es honradez y sinceridad; es, también, consideración y respeto por quienes han lidiado en elecciones con miras a alcanzar el poder. Quienes lo asuman, deberán entender que ese poder no puede ejercerse vulnerando la Constitución, las leyes y los principios morales, sino que deben concurrir en ese ejercicio condiciones de alta preparación y moralidad.

Hemos vivido, en muchos gobiernos hasta nuestros días, demagogia y populismo exagerados, inclusive a sabiendas de sus propios protagonistas de que ello estaba mal, era contrario a todo servicio efectivo. Ambos errores, demagogia y populismo, son cimiento de la ineficiencia, de carencia de educación y formación en valores culturales y morales; ambos yerros incitan a mostrar falsedades, utopías, virtudes y valores que no existen. Ambos caminos resultan, en los hechos, pruebas contundentes de que no se hizo conciencia cabal de lo que es el país y menos de lo que sus habitantes esperaban. Y no es cuestión de culpar sólo a quienes han gobernado desde los inicios de nuestra república, sino de mucha gente en todas las generaciones que han tenido poder político, económico o social que no han sabido invertir debidamente esos bienes materiales o morales. Cada quien, conciencialmente, verá qué hizo, cómo lo hizo, qué yerros cometió y cuánto debe enmendar si llega a tener el poder en sus manos.

Si amar es servir, tener poder debe ser servir debidamente utilizando todos los bienes y valores morales que se posea y sin reticencias de ninguna clase; sin soberbias ni petulancias que sólo agrandan los errores porque prostituyen los valores. Quienes aspiran a gobernar el país, sea del partido MAS que hoy está en el gobierno o cualesquiera de los que tercien en las elecciones, deben examinar sus capacidades y limitaciones, reconocer lo que son y pueden entender que, por mucho que sepan y sean, son poco o nada comparados con lo que es la patria y su pueblo, y que precisan cambios, inclusive para mejorar sus valores y hacerlos más firmes y sólidos, basados en el amor y la caridad.

En el tiempo que falta hasta octubre, será preciso que los políticos, de izquierda, centro y derecha, tomen conciencia real de lo que son y de lo que podrían ser y hacer con vocación de servicio y conciencia de país, condiciones que, deben reconocerlo, no tienen y que el bien común merece que se tenga.

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