Menudencias
La imagen doctoral y severa del vicepresidente que reivindicaba la conducta revolucionaria que pone los valores morales por delante de todo se desmoronó esta semana, por culpa de unos chisitos. Las contradictorias idas y venidas para justificar lo injustificable de contratar servicio de catering para la empresa estatal de aviación de la manera en que se lo hizo terminaron por darle total veracidad al escándalo. La cuñada del vicepresidente se adjudicó ese millonario contrato para prestar ese servicio sin licitación previa. Si se anuló el contrato por orden vicepresidencial, es válido suponer que se lo firmó por su orden.
Todo en torno a ese caso, por el lado que se lo analice, muestra un hecho irregular de tráfico de influencias. Lo dirá la justicia seguramente (¿lo hará realmente de manera justa y como mandan las leyes?), pero entretanto la gente ya calificó el hecho con criterio propio y como dicen que la voz del pueblo es la voz de Dios, el juicio vale. Sobre todo políticamente.
De ahora en adelante costará creerle al Presidente cuando pontifica y acusa a los políticos neoliberales, a los partidos tradicionales, a los acuerdos de gobernabilidad de haber servido para favorecer a sus intereses de grupo y personales. Perdieron crédito sus críticas a quienes actuaron para satisfacer sus intereses personales y de familia.
El vicepresidencial “yo no conocía” ese contrato o el presidencial “es a veces difícil conocer todo” pretenden justificar lo injustificable de acciones similares a las del pasado. Pero sobre todo, muestra que las conductas en tiempos de cambio revolucionario son las mismas que las de tiempos de gestión neoliberal, igual que las camisas y las corbatas de seda o los trajes de alpaca con adornos de símbolos indígenas.
Además, le ponen sello de veracidad a las denuncias y revelaciones que se conocieron estos días. El ex jefe de lucha anticorrupción de la policía Fabricio Ormachea involucró ya, en sus revelaciones desde Estados Unidos, a un hermano suyo en ese tipo de irregularidades, aunque el vicepresidente dijo que “a ese señor Ormachea no lo conocemos ni de apellido ni en pintura. Son palabras de un delincuente”.
Tras el lío de los chisitos en la estatal de aviación, habrá que ir más allá de descalificar llamándolos “delincuentes confesos” a quienes denuncian irregularidades. Habrá que investigar y castigar si son ciertas las cosas que dicen. Para que no se caiga la estantería, habrá que atender, por ejemplo, el pedido del cardenal de investigar el atentado a su residencia que precedió al caso de presunto terrorismo. Pero sobre todo, habrá que escuchar a la Iglesia. “No podemos callar, dijo el presidente de los obispos, ante los casos de corrupción y extorsión que nos dejan perplejos y que se van destapando en forma progresiva”.
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