CAROLINE G.
“Pensé que si podía mantener a mi hijo adolescente alejado de sus ‘malos’ amigos, lograría ser sensato y dejaría de beber y drogarse. Pasé años de mi vida tratando de rescatarlo de sus malas decisiones. Era como si él caminara hacia un abismo profundo y oscuro y yo tratara de detener su caída, pero seguía empujándome hacia un lado para poder bajar. Yo escuchaba a escondidas sus conversaciones, lo castigaba con no dejarlo salir por todo lo que hacía y le rastreaba sus pasos día y noche. Nada sirvió. Mi familia se desintegró”.
ANÓNIMO
“Yo sufría en una relación verbalmente abusiva ―que no era la primera― cuando traté de unirme a Al-Anon. Había oído que me podía ayudar con mis problemas. Fui a una reunión y al salir le pregunté a una mujer que si para unirme al grupo tenía que conocer a alguien que bebiera. Me dijo que sí. Desilusionada, llamé por teléfono a la oficina central de mi zona e hice la misma pregunta. Recibí la misma respuesta”.
TAMARA P.
“Vine a los Grupos de Familia Al-Anon porque mi exnovio, un alcohólico en recuperación, me lo sugirió. Nuestra relación era incierta, y yo le echaba a él la culpa. Quería que cambiara para que me hiciera feliz, pero fracasé al tratar de hacer que cambiara, a pesar de lo mucho que lo intenté. Su recuperación y su programa eran una prioridad en su vida, y yo no lo entendía. Nuestra relación carecía de algunos de los elementos fundamentales que yo desesperadamente necesitaba”.
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