Israel Camacho Monje
¡No les estamos botando, pero ahora que han bajado las aguas, pueden irse cuando quieran!, fueron las palabras en tono de burla de un supuesto funcionario encargado de recoger, lo más rápido posible, las carpas donadas por gobiernos amigos, justamente para proteger a los damnificados por la inundación de gran parte del departamento del Beni. Tal actitud, rechazada de plano, también fue denunciada a los medios de comunicación.
El ciudadano común no puede menos que lamentar que por el hecho de que los hermanos benianos no simpaticen con el partido político en función de gobierno, sean tratados de manera inhumana en momentos de desesperación, dolor y luto, cuando se supone que la solidaridad debe imponerse ante cualquier interés mezquino.
Y el ciudadano común responde a “¡no los estamos botando¡”. Si es así, ¿por qué se pretende desalojarlos?, nada menos que de lugares altos a los que fueron obligados a trepar desesperadamente para salvar sus vidas, y ver desde allí cómo sus casas se desplomaban sobre muebles, enseres, prendas de vestir, libros y cuadernos de sus hijos en edad escolar, y lo más doloroso, ver anegados sus sembradíos y a ganado vacuno que había muerto ahogado. Y responde a “¡Pero ahora que han bajado las aguas!”. El comedido funcionario vuelve así con su arremetida contra los humildes damnificados, sin saber que por lo menos tendrán que pasar entre dos a tres meses para que las aguas bajen totalmente, y las aguas estancadas sigan el proceso de secado natural, para recién entonces, poder volver a desarrollar sus actividades de trabajo y vida hogareñas. Y en cuanto a “¡Pueden irse cuando quieran!”, no hay palabras para responder al infeliz funcionario, sabiendo que de las casas de los damnificados nada ha quedado, porque una vez inundadas y derrumbadas, se han reducido a lodo.
Por supuesto que tendrán que pasar tres meses para que mejoren las condiciones climáticas, y si por la solidaridad de los compatriotas bolivianos les llegan materiales de construcción directamente, sin intermediarios, tal vez así puedan volver a levantar viviendas que los vuelvan a proteger de las inclemencias del tiempo.
Mientras tanto los afectados seguirán viviendo o sobreviviendo, pacientemente esperando que los encargados de la recepción de ayuda humanitaria, tanto internacional como nacional, procedan al reparto de vituallas, alimentos y medicinas, por lo menos para uno o dos meses. En caso contrario, si bien salvaron sus vidas de los desastres naturales, también las podrán perder, muriendo de hambre, si los responsables de la distribución de los productos de ayuda permiten que algunos funcionarios inescrupulosos los oculten en algunos depósitos, para después venderlos, como ocurrió con las ayudas solidarias que llegaron para anteriores desastres. Y es que a pesar de haber sido identificados, nada se les hizo, tal vez para que no delaten a sus cómplices de altas esferas. ¿Qué lástima, verdad?
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