Buscando la verdad
Napoleón advirtió hace siglos respecto a la China, lo siguiente: “Allí duerme un dragón, no lo despierten, porque el día que lo haga, el mundo temblará”. Su presagio está en pleno cumplimiento, no sólo por tener el ejército más numeroso y la mayor población sino por el peso económico adquirido.
La insurgencia china es relativamente reciente y tiene que ver con el pragmatismo con el que desde 1978 se viene manejando bajo el slogan de que “da igual que el gato sea blanco o negro, lo importante es que cace ratones”. Lo dijo Deng Xiaoping, el promotor de la reforma económica que clausuró la revolución cultural de Mao Tse Tung que había aislado del orbe a la China comunista.
A partir de su apertura al mundo, China captó más de un billón de dólares en inversión extranjera, pero además tecnología y know how administrativo, llegando a convertirse en la fábrica del mundo y en poco tiempo, en la primera potencia exportadora de manufacturas superando a Alemania, y en la segunda potencia económica -superando a Japón- sólo por detrás de los EEUU. De hecho, el súper-ciclo de expansión económica mundial tiene en la China gran parte de su explicación, siendo éste un gran comprador de materias primas y proveedor de bienes y servicios.
Y es que la “deslocalización productiva” derivada de la globalización que se acentuó en los 90 y su ingreso a la OMC en el 2001 han hecho que la China esté presente en todos los países con productos con valor agregado -no con textiles o calzados de bajo precio y mala calidad, como antes- sino con bienes de alta tecnología y calidad, que hacen tambalear a muchos productores en el mundo desarrollado, o no.
El éxito de la China basado en su apertura comercial y en la economía de mercado le ha permitido crecer sin parar por décadas -hasta por encima del 10%- y convertirse en gran inversionista para saciar por sí mismo su voraz consumo de energía, insumos y alimentos.
Recientemente, los pragmáticos dirigentes chinos decidieron apostar aún más por el mercado para encarar reformas económicas y sociales “históricas” para la mejora de su ya alta competitividad, anunciando que ahora abrirán a la competencia a los ferrocarriles, transporte aéreo, finanzas, energía y telecomunicaciones (“Partido comunista chino acuerda dar ‘papel decisivo’ al mercado” - “La Nación”, 12/NOV/2013). Nadie obliga a que los chinos comunistas hagan esto, se trata sólo de una cuestión de sentido común que va a contramano de los que aún satanizan el mercado y endiosan al Estado.
El autor es Economista, Magíster en Comercio Internacional.
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