Día tras día, semanas y mes tras mes hasta acumular
décadas de vida, pasan ansiosos y trémulos de nervios,
en círculos de amigos, los adictos al juego, mujeres y hombres
sin distinción y casi en sinfonía en sus ritos, anécdotas, silencios
o sus esperanzas antes de empezar el juego; un suicidio en ciernes.
¿Son adictos o aficionados?
En vano el hogar les convida a disfrutar de sus miembros, a cocinar en comandita, a tenderse en los jardines, a visitar los exuberantes mercados tradicionales con torres de frutas frescas y verduras apetitosas; la tertulia después de la función de matinal con los niños y el refrescante helado artesanal de canela.
No se cuidan de las arenas movedizas que hay en su caprichoso camino, con pasión han aprendido las estratagemas para vencer al amigo y dejarlo en la indigencia.
Buscan la perfección del lenguaje corporal y obnubilan a sus mentes con la ingesta de finos aldehídos.
Sueñan lo mismo que un asceta o un artista para lograr el esquivo pozo de ganancia y al ocaso de su vida, acabado y sin recursos hacen su examen de conciencia “si hubiera sacado un as”.
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