Las imágenes proporcionadas por los medios de comunicación -en torno a lo ocurrido en Chile, particularmente sobre su población de extrema pobreza, debatiéndose a la intemperie, principalmente en busca de agua y alimentos- conmueven el corazón y nos llevan a preguntar si en nuestro caso, por ejemplo, contamos al menos con un mínimo plan de reacción inmediata, y los recursos económicos consiguientes para hacer frente a inclemencias naturales de este tipo, que pueden suceder en cualquier momento.
Recordemos que esta vez el fenómeno se sintió notoriamente en nuestra capital, con el pánico consiguiente. Consideremos en este sentido que al menos un 95% de nuestros edificios no cuenta siquiera con escalera de incendios, planes propios de evacuación, áreas de refugio, alarmas colectivas, etc., habilitadas y señaladas por nuestras autoridades edilicias. Al respecto, la Cruz Roja advierte que “mucha gente se salva sólo por estar preparada”.
Y es que definitivamente sismos, tsunamis, erupciones volcánicas, inundaciones, deslizamientos y/o riadas nos recuerdan su dominio sobre nuestra superficie, en la que solamente somos huéspedes, por más que nos creamos dueños y señores. Es decir que estamos de paso, somos seres indefensos y minúsculos ante la grandeza de cuanto nos rodea.
Pero hoy, no obstante nuestras propias adversidades y escasas posibilidades económicas -dejando entre paréntesis cualquier escollo o antecedente- estamos forzados a mostrar empatía y solidaridad con el vecino país que, dicho sea de paso, cuenta con una grande población boliviana, particularmente en las provincias de Arica e Iquique, en razón de que Bolivia es y será permanentemente un pueblo solidario y comprometido. No existe la certeza de cuándo será el próximo desastre que golpee a cualquier territorio. La ayuda humanitaria, el auxilio y asistencia en la medida de nuestra coyuntura nos fortalece moralmente como país, no solamente ante la comunidad internacional por el apoyo que tanto necesitamos, sino principalmente ante nuestra propia conciencia.
Que la memoria reciente del apoyo de las organizaciones sociales chilenas, así como de sus intelectuales, que clamaron “mar para Bolivia”, estimule la solidaridad de nuestro Gobierno.
El autor es abogado.
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