Roberto Fermín Bertossi
El cambio climático ya es un fenómeno aterrador y, en gran medida, de autodestrucción masiva, razón por la cual urge encontrar una solución planetaria, sensata y efectiva. La simultaneidad de cataclismos naturales, no es casual ni meramente apocalíptica, pero sí estremecedora.
Tanta ceguera, tanta sordera, tanta codicia, tanto disparate y despropósitos humanos, explican/predicen los mismos y aún, peores, megaterremotos, según las recientes predicciones de los expertos después del tremendo sismo de 8,2 grados Ritcher con réplicas de 7,6, 6.2 y acotados tsunamis que complicaron a Chile, Perú y Bolivia e inquietó a Ecuador, Honduras y Hawai en el primer día de abril pasado, un Chile al que -como en Haití-, el derrame peculiar del mercado, asignó blindaje antisísmico para las poderosísimas e inescrupulosas minas de cobre en tanto, precarios refugios de adobe, chorizo y paja para los empobrecidos mineros y sus familias.
La misma matriz de indolencia y voracidad está detrás del paulatino y progresivo desmembramiento e inutilización del planeta tierra conforme se puede verificar en el estado actual de sus polos y glaciares, de su agua y humedales, de su biodiversidad, de sus bosques y de sus montes, de sus recursos naturales, de sus paisajes y más, todo traducible en una suicida insustentabilidad.
Lo más grave e inaceptable del cambio climático imperante es el estrago mortal reflejado en la pérdida de millones de seres vivos: vidas humanas, vida celular y microbiana de la tierra, vida vegetal de los cultivos, animal del ganado, de los pájaros y los peces; vidas que deben sostenerse unas con otras para no sucumbir.
En materia ambiental, Argentina también contabiliza diversos fracasos, propios y ajenos: 1) Los artículos 41, 43, 75 inc. 22 y cc. de la Carta Magna; 2) Los tratados internacionales; 3) Decenas de Cumbres sobre cambio climático; 4) Etc. Efectivamente, una consuetudinaria inejecutoriedad normativa y colaborativa –culposa y dolosa-, hicieron que la propia eficacia/eficiencia jurídica ambiental haya caído en desuso, reduciéndose a pura letra muerta cualquier resguardo legal y policial al respecto.
Consecuentemente, resulta imperativo esgrimir metodologías operativas y cooperativas satisfactorias de enseñanza y aprendizajes para traducir culturalmente el artículo 41 de la Carta Magna, las leyes consecuentes/concordantes y los tratados internacionales pertinentes, mediante información y educación ambiental apropiada que sitúen a la Ecología en el lugar central y transversal que le corresponde hoy en la Educación, si es que realmente asumimos el consenso global de que la Ecología es el saber educativo más trascendente e importante para el Siglo XXI.
Resultando la Ecología una transdisciplina pues se nutre, reflexiona, vincula e implica a todas las disciplinas, los conocimientos ambientales no admiten ninguna subestimación o desdén y esto es así cuando apenas llegan a espacios restringidos, a juegos infantiles en la escuela primaria, a mera folletería en la secundaria; reducciones provocadas fundamentalmente por la subordinación actual de las propias soberanías al utilitarismo y la catequización de un mercado rampante, tan despreciativo de la dimensión humana como único titular de una enorme e irredimible irresponsabilidad social e intergeneracional.
Concomitantemente, debemos exigir a todos, a gobiernos, empresarios, sindicatos y organismos internacionales que garanticen para el devenir de la vida misma, tanto en la teoría pero muchísimo más en la práctica diaria empresaria, industrial y de servicios cuanto en la dinámica cotidiana de los medios de comunicación y todos los establecimientos educativos, una unidad integral, esencial y operativa entre Ecología, Educación y Empresa ya que, ahora mismo, la Ecología es el saber educativo más trascendental para la supervivencia humana como para las civilizaciones por venir.
Finalmente, invoquemos clarividencias y hasta milagros para que podamos discernir con sabiduría y generosidad, de modo oportuno, razonable y proactivamente, tantos signos de los tiempos, pero, esta vez, con un definitivo ¡basta ya! de continuar dejando nuestro ecosistema para mañana cuando ayer lo dejamos para hoy.
El autor es investigador del CIJS/UNC.
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