La violencia contra las mujeres es un “mal” que ha existido desde siempre. De hecho, el surgimiento de la propiedad privada generó nuevas formas de Trabajo y de pensar en las personas: el “machismo”. En este contexto, el hombre se arrogó la función de “tutelar” a las mujeres. En consecuencia, las interpelaciones a la violencia por parte de algunas activistas denotan confusión en las causas del entuerto. Hace poco, la Organización de Naciones Unidas (ONU) organizó un taller: “nacidos para ser machos”. Tuvo, entre otros, el objeto de concienciar, reflexionar sobre una transformación de la cultura machista aprendida. Reflexionaron sobre roles, metodologías para cambiar la mentalidad (colonizada) de los hombres.
Revisando a Marx encuentro que éste no idealiza la situación de las mujeres. Marx sostiene que -en el capitalismo- la familia burguesa descansa sobre la base material de la desigualdad entre marido y mujer, y que ésta última vilipendia a los herederos para la transformación de la propiedad a cambio de casa y comida. Engels describía esta relación como una forma de prostitución, como un matrimonio mercenario burgués, que se contrapone al verdadero “amor sexual” que florece en la sensibilidad/sufrimiento de los trabajadores, donde el marido y la mujer alcanzan una igualdad -unidad/lucha de contrarios- en la explotación por medio del trabajo asalariado. Esta univocidad (política) hombre/mujer es la que las activistas no advierten: ¿qué hacer? Para Marx el ¿“qué hacer”? no se refiere a ¿cómo ganarme la vida?, como piensan algunas activistas, sino ¿qué sentido debe tener mi vida? y ello parece “ajeno” para muchas mujeres. ¿Cuál es la participación de éstas en el machismo?, huelgan las respuestas.
Tomando en cuenta a Marx, la “violencia” que se centra en el abuso sexual se presenta como trasgresión cultural y falta de valores, promovida, incluso, por muchos adláteres del Poder central. Entonces, si bien el “machismo = violencia = abuso sexual” es antiguo, basa sus raíces en intereses económico/políticos de clase, y que son legitimados, a decir de Louis Althusser, por aparatos ideológicos de Estado, ¿acaso las jóvenes/adolescentes no creen que tener relaciones sexuales -en pleno Siglo XXI- es como un pecado? El estigma -no es casual- tiene un interés político para el macho y mujer (burgués). Lo sexual sigue siendo un tabú; pese a que la información para prevenir los abusos sexuales está a disposición en los Tics, el “miedo” es más fuerte. Por ello, no es novedad que el 90% de las chicas entre los 15-18 años, que acuden a un(a) obstetra lo hagan acompañadas de su padres o parientes, nunca con sus parejas.
Por ello advierto como efímera la retórica de las feministas. Rechazan, dicen, la tutela de la iglesia colonial en un Estado laico que promueve el patriarcado, así como el tutelaje de padres, hijos, hermanos hombres “que decidan por nosotras”. No necesitamos que nadie hable por “nosotras” y mucho menos decidir sobre nuestros cuerpos, afirman. Finalmente -dicen- luchamos por el cómo y cuándo ejercer el disfrute de nuestros cuerpos; ¿acaso el disfrute, entre otros, no requiere del hombre? Entonces, las interpelaciones no son claras. ¿Cómo eximir el sustrato de la división social del trabajo -explotador- engendrado por el “capitalismo”, ahora, se dice, liderado por la “burguesía chola” afín a la violencia y el abuso? ¿Cómo transformar (descolonizar) el matrimonio mercenario burgués? Ese es el desafío para algunas activistas feministas comunitarias.
El autor es Director del Centro de Investigación, Servicios Educativos y de Comunicación (CISEC).
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