Caroline Kosel
Dresde.- Alfred D. Apenas puede moverse en su departamento. Gangas compradas en el mercado o pedidas por correo llenan las piezas, se abre paso a duras penas entre la cama y la cocina en medio de un mar de cajas, envases y papeles por doquier.
Ni siquiera puede dormir. Sobre la cama se amontona la ropa, porque el ropero está lleno de cajas con libros, todos sin leer. Alfred tiene 57 años y vive solo en un departamento en la ciudad de Dresde, Alemania. Su pasión por acumular cosas en una obsesión.
Se estima que un millón de alemanes padecen de este trastorno del comportamiento: “Obsesos los ha habido desde hace siglos en todas las culturas”, dice Eni Becker, psicoterapeuta de la cátedra de psicología y psicoterapia de la Universidad Técnica de Dresde.
En todo el mundo, entre uno y dos por ciento de la población es un obseso. Las formas de este trastorno son múltiples. Las más comunes, explica Becker, son las de la limpieza y de control.
El obseso por la limpieza se lava las manos, las ropas, el pelo, una y otra vez. Exige a su familia cambiarse ropa limpia al entrar en casa y a desinfectarse permanentemente. Raspan el piso con cepillo de dientes y lavan la lechuga diez veces bajo el agua corriente.
Bajo las obsesiones no pocas veces se esconde hoy en día el miedo a infectarse de sida. El paciente presa de obsesión de control, por su parte, constata reiteradamente si echó efectivamente llave a la puerta de casa, si en la cocina el gas está cerrado o si la luz está apagada.
A veces este ritual adquiere caracteres extraños: una habitación completamente a oscuras no es prueba para el obseso de que la luz esté apagada. “Apaga y enciende repetidamente la luz y sólo después de diez veces se convence de que está apagada de verdad”, dice la psicóloga.
Las causas de las obsesiones son desconocidas. Aunque se ha establecido ya una relación genética. “Con gran probabilidad, hijos de padres obsesos manifiestan también este trastorno”, dice Becker.
Los obsesos están a veces conscientes de que sus acciones no tienen sentido. Incluso tienen miedo de estar locos. Y, como se avergüenzan de su comportamiento, raramente se lo confían a su médico.
El 60 por ciento de estos pacientes pueden superar sus obsesiones, sea mediante una terapia conductual o con ayuda de medicamentos. Con la terapia conductual, se impide al paciente llevar a cabo su ritual.
En la consulta de los psicoterapeutas de Dresde, por ejemplo, los posesos de obse-sión por la limpieza son obligados a “ensuciarse”.
Deben acariciar un perro, dar la mano a desconocidos, tomar un sus manos objetos sucios, mientras, al mismo tiempo se les impide lavarse permanentemente.
Objeto de tales manipulaciones es con-vencer al paciente de que no será una ca-tástrofe el abandonar su ritual obsesivo. Si coopera, es posible que con seis meses de terapia conductual desaparezca completa-mente la obsesión. Por el contrario, un tra-tamiento medicamentoso puede durar va-rios años.
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