La provincia argentina

Jorge Lanata dice que el único aporte de los Kirchner a su país es que lo introdujeron en la industria del narcotráfico, gracias a la coca que entra a Argentina desde Bolivia, por miles de toneladas.

Estos gobiernos están, de veras, cambiando la historia de sus países.

Argentina se llama así porque es el territorio desde donde se accedía a la plata (el argentum) de Potosí, como lo dice el nombre del río más grande del cono sur.

Quizá Argentina no deba cambiar su nombre con esta nueva influencia que recibe de estos territorios ubicados al norte de su geografía. Sería cosa de mal gusto.

El “epicentro del narcotráfico”, como definió el ministro de Gobierno, Carlos Romero, a la zona del Ichilo, está pegado al “epicentro de la producción de coca para el narcotráfico”, que es el Chapare.

Esa región del trópico cochabambino tiene una influencia económica muy grande, tan grande como la que tuvo la plata de Potosí en aquellos años de la conquista.

La coca comenzó siendo aliada de la minería de la plata y acompañó su progreso aumentando la producción para cubrir la demanda de los mineros forzosamente anoréxicos de la colonia.

Pero en 1861, cuando se separó la cocaína en un laboratorio de La Paz, según Sandro Calvani, la hoja dejó de ser aliada de la plata y rivalizó con ella, hasta ganarle en influencia económica, como ocurre ahora.

Pero no es la coca de Yungas la reina de esta nueva etapa que se da en el Nuevo Mundo, es la coca del Chapare.

Ha convertido a Santa Cruz en un simple territorio de paso de la droga hacia Brasil y, ahora lo denuncia Lanata, ha convertido a Argentina, el otro gigante sudamericano, en una provincia del Chapare.

Se han encontrado fábricas de cocaína incluso en el muy sureño Neuquén, mientras que la policía argentina da difícil batalla contra los narcos en casi todas las capitales de provincia, como Rosario.

El mensaje político del Chapare está trascendiendo las fronteras del país y se ha convertido en el epicentro de la droga y de la economía vinculada a ella.

Estos éxitos de la coca del Chapare no tendrían que ser, ciertamente, motivo de orgullo para los bolivianos.

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