A 20 años de la gambeta municipalista

Con la Ley de Participación Popular (LPP) se abrió una compuerta generosa a la inclusión de nuevos actores políticos a la democracia, allanándose el camino para profundizar la idea y practica ciudadana desde la misma base territorial. Veinte años después, es posible comprender el proceso descentralizador como la antesala que apuntó a revertir progresivamente una tradición hostil a la implantación de políticas de Estado, atravesada por tentaciones refundacionales al inaugurarse una nueva gestión gubernamental. Y es que con su variopinta experiencia, viejos y nuevos desafíos, el municipio constituye el nivel de gobierno consolidado y que más certidumbre nos provoca como espacio para resolver la difícil relación de la gente con un Estado Plurinacional multi autonómico e híper complejo.

Reconozcamos que la reforma descentralizadora sólo era posible bajo el manto y contexto de una naciente democracia. No es casual que haya sido parte sustantiva de la agenda del histórico Acuerdo Mariscal Andrés de Santa Cruz durante la gestión de Gobierno de Jaime Paz Zamora de julio de 1992. Sin embargo, en ese momento la descentralización era pensada en clave departamental, al extremo de que el Senado Nacional avanzó en la aprobación de una ley que viabilizaba la constitución de los gobiernos departamentales, constitucionalizados en 1967, y que gobiernos del ciclo militar dictatorial ignoraron olímpicamente.

¿Qué ocurrió para que Gonzalo Sánchez de Lozada cambie la visión departamental por la municipal, reconociendo a la sección de provincia como municipio y base de la organización territorial del Estado Boliviano? A este giro radical e inteligente lo catalogué como la “gambeta municipal” de Goni. El entonces presidente, además de heredero de la tradición centralista de la revolución nacional temerosa del empoderamiento departamental, ejercitó al máximo sus prerrogativas presidenciales, buscando una salida menos amenazante al sentido unitario de la organización territorial del Estado Nacional, crónicamente débil. Bajo esta lógica elusiva, el presidente capitalizador y neoliberal apostó por la vía municipal lanzada por Iván Finot, Carlos Hugo Molina y insuficientemente apoyada en tiempos de Jaime Paz, sin probablemente aquilatar la huella profunda que dejaría la descentralización municipal en el proceso de construcción del Estado con Autonomías.

Paradójicamente, el Siglo XXI nació con una crisis de Estado que reflotó la demanda autonómica departamental, para dilucidarse a partir del año 2006 en una coyuntura híper presidencial a la cabeza de un Evo investido de gran legitimidad y de una voluntad de poder altamente centralista. Al no ser casual que en el marco del proceso de cambio se haya optado por un modelo multi autonómico difícil de operativizar, pregunto, ¿no habrá sido esta propuesta tan compleja, la gambeta y maniobra ensayada en tiempos de Evo para colocar amarras y frenos a los impulsos autonómicos?

Hasta ahora, todo indica que el Estado Plurinacional configura un régimen de autonomías tuteladas, vigiladas y hasta hostigadas por la omnipresente, central y paternal figura presidencial. De hecho, más allá de las buenas intenciones y sus efectos, todo indica que las Autonomías Regionales y las Entidades Autónomas Indígenas Originarias Campesinas más parecen sumar al enredo que a la viabilidad y construcción más o menos ordenada del nuevo Estado con Autonomías. Con la evidencia empírica acumulada, la maniobra evolvente de las gambetas anti autonómicas parece gozar de muy buena salud.

Lo curioso es que el proceso de “cambio” hoy vigente sería impensable sin la LPP que hace 20 años llegó para quedarse.