POEMAS Y LIBROS

La hispanidad vista desde américa

Por Alberto Buela


Es éste un tema difícil por la susceptibilidad que puede despertar en quienes esta meditación escuchan, sobre todo si el auditorio se encuentra constituido como creo, por hombres y mujeres para los cuales la hispanidad no es una idea vaga sino algo que los involucra y compromete. Ya el título de este trabajo suscitará en el oyente avisado, la remembranza de aquella meditación de otrora debida a Nimio de Anquín: El ser visto desde América. Y, ciertamente, lo hemos elegido a propósito; primero, como homenaje al, sin duda, mayor metafísico argentino, ignorado y sólo mencionado de manera denigrante por el saber académico y el “normalismo filosófico”. Y segundo, porque el título indica de manera ostensible el cariz de nuestra meditación.

Nosotros, en tanto hijos de esta tierra del fin del mundo, por una exigencia de nuestro genius loci (clima, suelo y paisaje) sólo podemos hablar genuinamente de hispanidad a partir de América. Pero para que podamos hablar con autenticidad, debemos primero, por una exigencia de nuestro método filosófico, hacerlo sobre lo que se ha entendido por hispanidad hasta hoy día.

Ciertamente, que por nuestra propia índole telúrica: criollo-hispana, estamos involucrados más entitativamente de lo que “un gringo” pudiera llegar a estarlo, de modo tal que no debe buscarse en nuestra meditación una actitud de menoscabo hacia lo hispánico que sería como ir contra “uno mismo”, sino que nuestra meditación surge como una necesidad de afirmación de la “americanidad en la hispanidad”.

De los autores que hemos recorrido en nuestra búsqueda del tratamiento del tema hay dos que se destacan. Uno, por su enjundia filosófica, don Manuel García Morente, en su obra Idea de la Hispanidad, y otro, por su proyección política, don Ramiro de Maeztu, en Defensa de la Hispanidad. Sin dejar de lado a los Cors Grau, Lira, Zaragüeta y otros. Pero lo cierto es que todos estos autores y otros menos renombrados plantean la hispanidad desde España.

Si quisiéramos resolver la cuestión como se resolvió antaño, diríamos que la hispanidad caracteriza a la totalidad de los pueblos hispánicos, que vienen a ser “todos aquellos que deben la civilización o el ser a los pueblos hispánicos de la Península” (de Maeztu, op. cit. p. 19). La hispanidad no es cuestión de razas pues “está compuesta de hombres de raza blanca, negra, india y malaya, y sería un absurdo buscar sus características por los métodos de la etnografía... sino que se apoya en dos pilares: la religión católica y el régimen de la monarquía española” (de Maeztu, op. cit. pp. 20 y 22).

La hispanidad es pues, “consustancial a la religión cristiana... español y católico son sinónimos. Se puede ser inglés, francés, alemán o italiano y no ser católico. Pero, ¿Imagináis que se pueda ser español y no ser católico? la religión cristina ha sido idéntica a la causa nacional” (García Morente, op. dt., p. 104).

“A mi parecer, sostiene García Morente, la imagen intuitiva que mejor simboliza la esencia de la hispanidad es la figura del caballero cristiano” (op. cit. p. 48). “La nación —la hispanidad— no es ni raza, ni sangre, ni territorio, ni idioma; es estilo, simbolizado por el caballero cristiano” (op. cit. 52-57). Al que el autor mune sucesivamente de los atributos de paladín, grandeza, arrojo, altivez, intuición, personalidad, honorabilidad, desprecio de la muerte, religiosidad y sed de eternidad.

La consecuencia lógica de estas afirmaciones apodícticas sería: Dado que nosotros somos católicos americanos, y hallándose definida la naturaleza y característica de la hispanidad por su convertibilidad con la catolicidad, sólo nos resta convalidar y asentir en un todo lo hasta aquí sostenido.

Pero el problema que queremos plantear es otro; es el de la hispanidad entendida desde América. Y ello es así porque la hispanidad tiene sentido para nosotros en tanto expresemos en ella y a través de ella, “las modalidades nacionales” de esta gran nación que es Iberoamérica.

En caso contrario la hispanidad es un universalismo más y, como tal, una categoría de dominación, como lo son en igual medida “la latinidad” y la “occidentalidad”. Así cuando se nos define como “latinoamericanos” u “occidentales y cristianos” lo que se está haciendo es alienar nuestro ser íntimo. Porque “la latinité” es una invención francesa; para justificar sus pretensiones de dominio sobre Méjico, y la categoría de “occidental-cristiano” es instrumentada políticamente por el poder aliado, a partir de la segunda guerra mundial, para oponer al mundo comunista. “Occidental y cristiano” fue expresamente vaciado de su contenido ontológico y teológico para ser reducido a “mundo libre”.

 
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