[Juan León]

Menudencias

El puzzle de los uniformes


El atractivo de los rompecabezas radica en los distintos niveles de dificultad que presentan para su solución. El desorganizar las piezas que conforman la figura es la parte más fácil. La diversión consiste en componer la figura combinando de manera adecuada los pedazos en que fue recortada. Pero al final del juego, el resultado es siempre la misma figura.

Los rompecabezas de la vida real, en cambio, nunca terminan en la misma figura. Sobre todo si nacen de la dinámica política. El cambio de estructuras caducas es fundamental para el proceso, según la teoría revolucionaria. El asunto es que en la vida real ese cambio requiere planificación previa al cambio. En especial si tiene que ver con el ordenamiento institucional de un país cuyas estructuras, gusten o no a la gente, tienen una razón de ser. De lo contrario, mayores son los daños que los beneficios del cambio, por mínimo que parezca.

Eso más o menos está sucediendo, hasta ahora de manera silenciosa, en los cuarteles. Como nunca en nuestra historia, la gente que los habita y entre la que se considera que la unión es su fuerza, se mira con desconfianza. Y está en germen una suerte de lucha de clases que por ahora nadie sabe en qué puede terminar. Pero sobre todo, que nadie sabe si es consecuencia natural de las circunstancias del país o es alentada en función de planes bien determinados.

A despecho del origen de la inquietud que se vive en los cuarteles, es nomás uno de los grandes temas a resolver. Porque entraña un cambio profundo de estructuras, por leves que parezcan, en una institución que es fundamental dentro del Estado nacional.

La demanda de los suboficiales y sargentos tiene argumentos contundentes. Más allá de que se ha criticado siempre eso de que las órdenes se obedecen y no se discuten, en los cuarteles se han cometido y se cometen abusos y atropellos contra los más elementales derechos de la persona humana. A los conscriptos, por ejemplo, se los considera una suerte de mano de obra barata, casi esclava, en beneficio de sus superiores jerárquicos. No importa que sean oficiales o sargentos. Basta que sean de grado superior. Más allá de los muros almenados, incluso.

El asunto es que, ahora, por encima del atropello que se origina en las diferencias jerárquicas, la protesta de suboficiales y sargentos nace de la discriminación que sufren no sólo a nivel salarial respecto de los oficiales, sino también en cuestión de uniformes, vivienda e incluso alimentación.

Los panfletos que socializan esa rebelión dicen que todo es fruto de una mentalidad colonialista que sustenta “un sistema en el que existen personas que se creen superiores, que nacieron para mandar, y otros que han nacido para obedecer”. Y atribuyen a esa mentalidad la discriminación que les impide incluso el progreso profesional y académico.

La protesta habla de “racismo” en los cuarteles. Y en el afán de lograr trato igualitario al que reciben los oficiales, trascendió los límites de los cuarteles, porque “ahora es cuando”, según sus dirigentes, que tramitan apoyo en organizaciones campesinas afines al gobierno. Y recibieron ya expresiones de apoyo. “Son nuestros hermanos, son de nuestra sangre”, declaró un dirigente campesino que se reunió con delegados de los suboficiales y sargentos.

Todo ese movimiento está en curso en medio de “persecución, amenazas de proceso y amedrentamiento” de parte de sus superiores jerárquicos, según la denuncia de la presidenta de la asociación de esposas de suboficiales y sargentos, que se declararon “en estado de emergencia”. La dirigente advirtió “no vamos a permitir ninguna baja, ninguna represalia a ningún sargento ni suboficial… Vamos a estar frente a ellos, como escudo”.

Aunque formalmente se trata de reivindicaciones justas, el problema tiene sin duda importantes connotaciones ideológicas. Cuando se habla de “racismo” en los cuarteles se habla de “discriminación” en función de origen de las personas. Por ese camino se corre el riesgo de llegar a un enfrentamiento, ¿entre quiénes? ¿Entre militares que proceden de las ciudades y militares que llegan del campo? Y si dentro de los cuarteles se da esa situación, ¿se puede descartar que ese tipo de enfrentamientos trascienda esos muros y se dé también fuera de ellos?

Habría que preguntarse, entonces, qué es lo que realmente alienta una movilización como la que está ocurriendo, todavía de manera solapada y casi silenciosa, dentro de las fuerzas armadas. Y sobre todo, cuáles pueden ser las consecuencias inmediatas. Al fin y al cabo, fueron las actuales autoridades las que abrieron las puertas de los cuarteles a la política. La propia consigna que se grita ahora

desde las filas tiene connotación política. Y la política nace y genera debate. Es lucha de ideas. Por eso, tal vez, la doctrina dice que los militares no debaten. Porque tienen armas, también.

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