“El camino moral es el más largo, pero el más firme, sus éxitos son poco brillantes, pero más duraderos”, qué mensaje más extraordinario, especialmente en las actuales circunstancias políticas por las que está atravesando nuestra Patria.
Oscar Únzaga de Vega enseñaba a sus seguidores que uno de los aspectos fundamentales para conquistar la Patria era luchar contra la corrupción y la inmoralidad. De igual manera nos decía que el poder corrompe y cuando no se lo controla con personalidad y vocación de servicio, aflora la egolatría, como el envanecimiento y la soberbia que terminan por acabar con los gobernantes.
Únzaga proponía la creación del Nuevo Estado Boliviano, la edificación del socialismo participativo, la nueva sociedad integralmente solidaria. Es decir un sistema económico, político, social, judicial y cultural; la participación integral del pueblo en la toma de decisiones importantes e históricas que involucren el destino colectivo y de la Nación. Una democracia económica, sin opresores ni oprimidos, un socialismo con preeminencia de los intereses de las mayorías, un proyecto social comunitario que garantiza el destino común de los bienes y recursos del país, que permita las satisfacción de las necesidades de todos en una superior forma de vida humana con justicia y libertad.
Fueron principios con los que luchó Únzaga, liderando al pueblo boliviano contra la inmoralidad, el abuso de poder, el despotismo impuesto por los gobiernos del MNR entre 1952 y 1964, cuando a título de REVOLUCIÓN se inició una sañuda persecución, apertura de campos de concentración, confinamientos, control político, salas de torturas y cárcel para opositores, entre muchas medidas políticas desacertadas de ese entonces.
La revolución de 1952 servía sólo a los gobernantes que utilizaban a campesinos para respaldo electoral y a la banca para los famosos préstamos de honor; las entidades del Estado se convirtieron en células armadas y comandos “revolucionarios”; nadie podía ingresar a trabajar si no pertenecía o estaba sometido a las células movimientistas. Los sindicatos de trabajadores por mantener sus privilegios coyunturales dieron respaldo circunstancial al régimen gobernante. No se respetaba los DDHH, los crímenes políticos estaban a la orden del día. El Gobierno favorecía la ilícita acumulación de capital en pocas manos y era dueño de vidas y haciendas.
La mal llamada revolución nacional del MNR cimentó sus proyectos y medidas económicas en un centralismo secante de capitalismo de Estado, que la condujo al fracaso, en especial porque el sistema se corrompió por la inmoralidad de su administración y el sometimiento a las decisiones de la opulenta y poderosa cúpula gobernante.
Así llegó el 19 de abril de 1959, cuando Únzaga con valentía se levantó en armas, conjuntamente su partido, Falange Socialista Boliviana, con intención de acabar con la prepotencia, los despropósitos delictivos, los hechos luctuosos, dolorosos y perversos, como la matanza de Terebinto y la ignominia con la que se estaba gobernando. Pero era tal la falta de valores humanos y la corrupción, que la Policía Nacional, comprometida con la acción revolucionaria de FSB, traicionó a través de su comandante Julián Guzmán Gamboa que, junto al entonces ministro de Gobierno, Walter Guevara Arze, planearon una celada y en la toma del Cuartel Sucre fueron acribillados a balazos y fusilados 23 de los principales dirigentes de FSB, líderes de la talla de Carlos Kellenberger Palma, Walter Alpire Durán, Fidel Andrade, Cosme Coca y otros. Únzaga fue asesinado vilmente en una vivienda en la calle Larecaja, junto con su secretario privado, René Gallardo. Este es un episodio crucial de la historia política de Bolivia que no se lo debe olvidar. La lucha y muerte de Únzaga por sus ideales y principios es un ejemplo digno de imitar.
Aprendimos de aquel gran hombre que la lucha por ideales y principios no tiene precio, ni demanda resarcimientos, “cumple el deber por amor al deber y no a la recompensa”.
Sin mencionar los tremendos desaciertos, corrupción y errores del actual Gobierno, que son numerosos, y sin conciencia del rumbo político equivocado por el que se conduce ahora al país, algunos pretenden volver al poder sin predica ni programa; tan sólo decimos “ni retorno al pasado ni compromiso con el presente”.
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