Clemente Diez de Medina nació en La Paz, a sus 12 años fue enviado a España a recibir una adecuada educación, pasando de Andalucía a Madrid, donde ingreso a un Liceo Militar.
Miembro de la Guardia de Corps del Rey, hombre muy hábil en el manejo de los caballos, se encontraba en la caballería.
Producida la Revolución Francesa, Europa se armó contra ella. Diez de Medina fue incorporado al ejército de los Pirineos con el grado de teniente, combatiendo en Rosellón y los Baños, bajo las órdenes del Gral. Ricardos; retornando posteriormente a la Guardia de Corps del rey Carlos IV.
Ante el advenimiento de Napoleón decidió volver, hastiado del esplendor de la corte real, en comparación a la vida de las colonias españolas en América, ya con las ideas de libertad en la América.
Llegado a la ciudad de La Paz, conocidas sus ideas revolucionarias de libertad y su trayectoria militar, fue invitado por Pedro Domingo Murillo a participar en la revolución americana.
En reuniones secretas, realizadas en casa del doctor Orrantia, se decidió efectuar la revolución en la noche del 30 de marzo de 1809; una delación hizo que se aborte el golpe, debiendo Clemente huir a Yungas, proscrito y perseguido.
En el movimiento revolucionario del 16 de Julio, Diez de Medina salió de su escondite y se hizo cargo de la caballería patriota, siendo derrotado en Chacaltaya por el Gral. realista Goyeneche. Nuevamente perseguido, sus bienes fueron confiscados, siendo desterrado.
El primer Ejército auxiliar argentino, al mando del Gral. Balcarce y Castelli, avanzó de Tucumán a Salta, llegando a Suipacha, allí se incorporó Clemente Diez de Medina, donde se le reconoció el grado de coronel.
Castelli avanzó, ocupando Potosí y Oruro, la caballería altoperuana estaba al mando del Cnel. Clemente, pero el terrible Goyeneche nuevamente derrotó totalmente a las fuerzas patriotas, huyendo el Ejército auxiliar en desbandada hasta Potosí y de allí hasta la frontera, llegando a Buenos Aires.
El Cnel. Diez de Medina huyó hasta Arequipa, y de allí a Buenos Aires, donde fue recibido con mucho respeto y admiración, siendo nombrado Intendente de la ciudad, cargo que ejerció con probidad, pero como militar de oficio, solicitó su incorporación al ejército de los Andes, que se preparaba en Mendoza, Cuyo, bajo las órdenes del Gral. José de San Martín.
San Martín y su ejército trasmontaron Los Andes y derrotaron a los ejércitos españoles en las batallas de Maipú y Chacabuco. El Cnel. Diez de Medina comandó los Granaderos a Caballo, junto al Cnel. argentino Encalada, dando el triunfo a los patriotas.
El Cnel. Diez de Medina fue citado en el parte, ordenando San Martín que su retrato fuera colocando en la sala del Cabildo, nombrándolo igualmente Prefecto de Coquimbo, obteniéndose la libertad de Chile.
En 1820 zarpó de Valparaíso hacia el Perú el ejército sanmartiniano, fuerte, con 3.700 hombres; el Cnel. Diez de Medina comandó uno de los escuadrones de los Granaderos a Caballo, junto al indómito Necochea, triunfando en Nazca, Acari, Chanquillo y Pasco.
Siendo necesario cubrir las espaldas, el Gral. San Martín dispuso que uno de sus mejores oficiales quede en Chile, quedando en esta posición el Cnel. Diez de Medina, hasta el año 1824; después de Ayacucho partió de Chile para dar su saludo al Mariscal Antonio José de Sucre.
El Gobierno boliviano decidió recompensar en algo sus servicios otorgándole una pensión vitalicia, la misma que fue rechazada. Hombre silencioso y moderado, hizo que el Libertador dijese de él: “He aquí un verdadero patriota que nada me ha hablado de sus méritos, ni nada me ha pedido”. Igualmente fue condecorado con la Medalla del Libertador por el Mariscal Sucre.
Retirado, en su propiedad de Calachapi, en el valle de Caracato, una tarde de 1828, en un festejo de una quinta vecina, se recibió la noticia de un atentado contra el Mariscal Sucre, se refería al motín del 18 de abril, donde fue herido el Mariscal.
Don Clemente se cubrió la cabeza con ambas manos, y salió como una exhalación del lugar, picando espuelas, llegando a su finca ordenó: “No estoy para nadie ni hoy ni mañana ni nunca”, y así fue, se encerró hasta su muerte el año 1848.
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