El idioma es el hecho fundamental mediante el cual el hombre se hace plenamente humano; en efecto, la lengua forma y transforma al hombre; le da una forma interior, abre un espacio en el cual ha de habitar en adelante el ser humano. Con esto comienza a tomar distancia del animal, puesto que ya no es únicamente un ser que sólo ocupa el mundo sino que crea un nuevo universo invisible y paralelo mundo: el de la cultura.
Como todo hecho vivo, el idioma está abierto a la influencia de lo otro y del otro. Se abre al mundo, pues al entrar en contacto con él, obliga al ser humano a dar nombre a las cosas que mira, para así diferenciar una de otra, y acomodarse en el ambiente en el que se encuentra; y, por otra parte, le permite introducirlas en su vida interior, con lo cual se inicia tanto la ciencia como la moral; finalmente, ese tesoro verbal le permite comunicarse con el otro para construir sociedad, para establecer ese eje existencial que partiendo del yo llega al tú, llevando una carga espiritual de vida a vida, tendiendo un puente de solidaridad que le permite construir el nosotros, en el que nos movemos como verdaderos seres humanos. Por eso, al recordar el día del idioma español quiero mostrar el lento y permanente proceso del idioma.
La mayoría de los bolivianos hablamos el castellano, nuestro castellano, esa manera especial de expresarlo en el cual se ha fundido el español con las lenguas nativas de nuestra América. Idioma que resuena en nuestros labios con la psicología y cultura regionales revestido con el tono propio de cada lugar, puesto que uno es el tono del altiplánico, otro, el del camba, y otro diferente el del chapaco, o el de cualquier pueblo de nuestra Patria. Resuena así porque lleva la carga cultural del mestizaje producido a lo largo de siglos de fusión espiritual, y allí late el alma del aymara, la del quechua; o bien, en el oriente, la voz recién llegada de la península unida al verbo guaraní, mojeño, chimán, etc; y también lo hace el tono lento y cadencioso del castellano que ha entrado en contacto tanto con la tierra chapaca y su influencia, como con el tomata, el mataco, etc.; y todos ellos se están enlazando entre sí en un tono complejo que parece apuntar a un acento nacional; y lo está haciendo mediante la influencia de la radio, la televisión, etc., que lleva el sonido de un lugar al otro, con todo el espíritu humano en acción, abierto a recibir el aporte de mexicanismos, venezolanismos, peruanismos, etc., que nos llegan mediante las telenovelas y se introducen en nuestros labios.
El español, a su vez, es la lenta fermentación del alma cultural de gran parte del mundo antiguo, que al bullir en las bocas del hablante hispano lleva el sabor del primitivo ibero, atado a la tierra madre con un lazo de aspereza; también late el alma del griego que una vez anduvo por Hispania, dejando la huella de su idioma y su cultura; o se escucha el rudo latín de los soldados romanos que conquistaron esas tierras para el imperio, dejando el invisible sustrato de la gramática y el sonido de latín vulgar; en labios españoles aún palpita el ímpetu del árabe que ocupó esas tierras por 700 años depositando en la lengua española el sonido del desierto asiático; y hoy no es ajeno a la influencia del inglés, del francés, etc., como todas las lenguas de este mundo tan reducido en su inmensidad por la rapidez de las comunicaciones.
Al producirse el encuentro de Europa con América en tiempos de la colonia, se trasvasó el espíritu de occidente en los moldes de lo indio, de lo americano, en la unión de dos almas, de dos culturas que ahora marchan juntas en el mestizaje de nuestras vidas, en un idioma en el cual se ha expresado, por ejemplo, el mundo mágico y de protesta social en el Macondo de Gabriel García Márquez, abriendo surcos de la América al mundo. A ese castellano nuestro, americano, fuerte y vital, le rindo homenaje en el día consagrado a recordar a Miguel de Cervantes, el Quijote del idioma.
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