Los problemas que han causado las aguas de represas brasileñas al Beni y a otros sitios del oriente boliviano, son cuantiosas; la Gobernación beniana habría hecho los reclamos consiguientes, pero, en todo caso, es el Gobierno nacional el que debería hacerlos porque se trata de Estado a Estado lo que debe explicarse con la debida claridad y pedir que de alguna manera los daños sean reparados.
Lo grave de esta situación es que los gobiernos del Brasil que construyeron esas represas no han previsto los inmensos daños que pueden ocasionar en temporadas lluviosas, como las que se ha pasado en este tiempo. Los daños irrogados al Beni son cuantiosos y, al no haberse declarado zona de desastre a ese departamento, no fue posible canalizar una ayuda internacional que amortigüe las desgracias sufridas.
Es importante y necesario que el Gobierno haga los reclamos consiguientes y, sobre todo, que, en previsión del futuro, las autoridades brasileñas dispongan los correctivos necesarios para evitar que las aguas retenidas en las represas ocasionen las desgracias sufridas en suelo boliviano y que, con seguridad, han sufrido también algunas poblaciones brasileñas.
Es muy sensible que, con miras al desarrollo y progreso de algunas regiones, la construcción de obras importantes como son las represas, cause daños inmensos a las poblaciones y que en los cálculos realizados antes de la construcción y durante la realización de la misma, no se haya establecido técnicamente las derivaciones destructivas que tendrían las aguas alojadas en esas represas y que totalizan miles de millones de metros cúbicos que si bien están calculadas para prestar importantes servicios a la agricultura y cumplir otros objetivos, también causan inmensos daños, hasta dejar como páramos extensas áreas que tardarán mucho en desaparecer y que, en su mayor parte determinarán desertización de miles de hectáreas, en las que pastaban miles de vacunos y estaban asentadas poblaciones de colonos y campesinos.
Hay una verdad indiscutible: cuando se proyecta obras de beneficio en las zonas fronterizas o muy cercanas a éstas, lo correcto sería que haya diálogo entre las autoridades para prever con tiempo las posibles incidencias negativas que pudiesen presentarse. En el caso de las represas, los constructores de ellas sólo han visto sus necesidades y urgencias sin importar lo que pudiese pasar en el país vecino, como es Bolivia. Es lamentable esa falta de previsión, solidaridad y comprensión entre naciones que, se entiende, están ligadas por sólidas condiciones de amistad.
El Gobierno, al margen de hacer los reclamos pertinentes al Brasil, deberá volcar toda su capacidad de ayuda para disminuir los sufrimientos del pueblo beniano que sigue soportando la inclemencia de las lluvias y el rebalse de las represas brasileñas.
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