Menudencias
Bolivia ingresó a la exclusiva élite de tres países en que militares de baja graduación hacen un paro y marchan por las calles en el empeño de llamar la atención pública ante el silencio (¿o la negativa?) de sus mandos a escuchar sus reivindicaciones sociales. Antes, en el mundo, lo hicieron los de Colombia y recientemente los de Gran Bretaña, según los datos de Samuel Montaño, que conoce bastante de temas militares.
No es, ciertamente, asunto que satisfaga. Preocupa, más bien, por la forma en que se encara un tema que requiere análisis mucho más inteligente que el que hace habitualmente el gobierno sobre tantos problemas que, paradójicamente, casi siempre surgen de sus propias acciones. Requiere, seguramente, mucho más argumentos que el descalificar a algunos de los actores de esa protesta escarbando en sus antecedentes personales.
Es cierto que está a tono con la praxis de este gobierno el que un ministro pretenda explicar el problema como lo hizo el responsable directo. Pero restarle importancia a la movilización de suboficiales, cabos y sargentos alegando que uno de ellos tiene nueve hijos en tres mujeres y que no paga pensiones es absurdo. Salirse por la tangente o irse por las ramas es casi habitual en estos tiempos de esconder basura bajo las alfombras o tender cortinas de humo. Lo hacen otros
ministros y casi siempre el tiro les sale por la culata o terminaron disparándose al pie, para decirlo en términos castrenses. El caso más reciente es el que protagonizó nada menos que la Ministra de Comunicación, responsable de imagen del gobierno.
Justas o no las demandas que movilizan hoy a ese sector militar, no hay que olvidar que, quienes tienen realmente mando de tropa en los cuarteles son los suboficiales, cabos y sargentos. Las guerras las ganan o las pierden los que están en las trincheras. Los generales -que de este gobierno recibieron ya muchas prebendas, elogios y cargos- la hacen sólo en sus escritorios.
Ese solo hecho justifica abrir diálogo. Pero hay, además, demandas que entrañan principios elementales de justicia social, por encima de las necesarias normas de estructura jerárquica y disciplina. Es inadmisible, por ejemplo, que el grado superior permita ordenar y exigir obediencia, aunque la orden sea ilegal o absurda. El argumento de obediencia debida sustentó crímenes, atropellos y abusos de las dictaduras. Y en el ámbito doméstico sustenta incluso usar conscriptos para cargarle las bolsas a la esposa del teniente a título de servir a la Patria.
Llegará un día, seguramente, en que la jerarquía dependa de la capacidad intelectual y profesional. Y en que los grados se ganen por competencia y no por orden de llegada, prebendas o favoritismo político. Sin que importen origen étnico, color de piel, padrinazgo o apellido. Sólo así se eliminará toda forma de discriminación o racismo.
Mientras tanto y al margen del dato que aporta Montaño, conviene recordar que no es la primera vez en que en los cuarteles de Bolivia se cruzan ideología política y disciplina militar. Ocurrió ya tras la revolución nacionalista de 1952, cuando el pueblo en armas, por encima de los políticos que reivindicaron victoria y la disfrutaron después, obligó a los militares a replegarse sin destino fijo.
Fue el ex presidente Víctor Paz Estenssoro que decidió reabrir el colegio militar y reorganizar las fuerzas armadas para ponerlas al servicio de la revolución. Los intereses políticos impusieron conformar sobre la nueva base institucional castrense lo que se dio en llamar la “célula militar” del MNR. Fue la primera vez en que una ideología política prevaleció sobre la disciplina jerárquica militar.
Puede tal vez explicarse si se considera que fue en el Chaco donde gente del campo y ciudad, collas, cambas y chapacos sin distinción de clases sociales ni posiciones económicas, tomaron conciencia del sentimiento de patria y germinó el nacionalismo revolucionario. Esas banderas posibilitaron voto universal, reforma agraria, nacionalización minera y reforma educativa.
Pero el debate político dentro de la “célula militar” abrió puertas a la “revolución restauradora” y al golpe de 1964 contra su gestor, el presidente Paz Estenssoro, que había elegido al general René Barrientos Ortuño para su vicepresidente. Comenzó así la larga noche de golpes y dictaduras militares que concluyó recién en 1982.
El repliegue militar, obligado entonces por la crisis económica y la presión popular, garantizó llegar a estos tiempos. La democracia, por imperfecta que sea y pese a sus sinsabores, tropezones y lo que se le pueda criticar, permitió elegir al actual gobierno. Cuando desde este gobierno se vuelve a tocar las puertas de los cuarteles, a título de nueva doctrina militar, se mezclan otra vez ideología, sables y bayonetas. Y la historia vuelve a comenzar.
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