Pasados los días de Semana Santa en que se recordó la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, deberían quedar en forma diáfana los mensajes de fe y paz entre todos los bolivianos porque la práctica de estas dos virtudes permite la superación de muchos problemas, angustias y dificultades.
La humanidad, en los últimos dos milenios, ha experimentado la profundidad de la doctrina cristiana, ha mostrado que es la comprobación plena y absoluta de la existencia de Dios; ha demostrado al mundo, por el nacimiento, pasión, muerte y resurrección de Jesús, que lo válido y necesario para la vida humana son el amor, la fe, la esperanza, la caridad y la solidaridad, que, en el fondo, implican creación de condiciones de paz y concordia entre todos los seres humanos.
Cuántas veces, ante dificultades casi imposibles de vencer, es la fe en Dios la que permitió superar todo lo malo; lo grave radica en que vencidos los factores que tenían sumidos a muchos pueblos en desesperanza y carencia de lo más indispensable, ha sido posible el logro de lo preciso y necesario y, sobre todo, ha inculcado la esperanza y la seguridad en los propios valores del ser humano que supo vencer lo que lo reataba al dolor y a la desesperanza.
El cristianismo, practicado como fe católica por muchísimos millones de seres humanos, ha servido para alcanzar altos niveles de moral y vida a los pueblos; ha mostrado los caminos ciertos, seguros y llenos de esperanza del mensaje bíblico y evangélico de Jesús; ha demostrado que la fe en la práctica de las cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza que son fundamentos del amor, la caridad y la esperanza, son las condiciones para una vida mejor y para alcanzar la perfección moral, la práctica de virtudes y la concreción de valores que sean puestos al servicio del ser humano.
Fe, amor y paz, son factores forjadores de unidad y progreso de los pueblos: fe en Dios que es el Padre de todos; fe en los valores del ser humano; amor, virtud suprema que une sentimientos y caridad para alcanzar bienestar material y espiritual que, más temprano que tarde, derivan en situaciones de paz y, ésta, a su vez, implica unidad entre todos, especialmente para combatir males que aquejan a la humanidad como son el hedonismo, el narcotráfico, la corrupción, el contrabando, el terrorismo, las violaciones y todo aquello que implica atentado a los derechos humanos.
Muchos hombres, generalmente cargados de soberbia por efecto de la falta de fe, no creen en Dios ni en su mensaje eterno de “Gloria a Dios en las alturas y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad”; un mensaje que es condición de vida y fortaleza para el ser humano, palabras que provienen del mismo Creador Supremo y que buscan el reinado de la armonía y concordia, bienes que podría insuflar el mismo Dios en el corazón de cada ser; pero, en su sabiduría y magnanimidad, espera que sea el hombre que, por sí mismo, haga suyas esas condiciones de vida, las practique y las promueva como forma de vida de la humanidad.
Lamentablemente, la soberbia -principio de todos los males- no ha dejado que el hombre cumpla con el mandato de Dios, no acate sus mandamientos ni siga y comprenda la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús. La soberbia ha cumplido su parte al destruir lo que más debería cuidar el ser humano: su amor, su dignidad, su orgullo de ser hijo de Dios, su amor al prójimo y su rechazo a todo lo malo que invade lo que hace al hombre más enemigo del hombre.
En Bolivia, vivimos tiempos de discordia porque nos negamos a caminar por las sendas de la concordia y el amor; la soberbia y la petulancia de muchos de los que tienen poder político, económico y social, ponen trabas en los caminos, bloquean en su vocación por el terrorismo a lo que debería ser desarrollo y progreso nacional. Cada quien, en el gobierno o el llano, parece que quisiera mostrar suficiencia y un nomeimportismo que defrauda al pueblo. No cuentan las promesas, los programas, los principios para amar y servir al país; no hay la conciencia ni la vocación de servicio tan necesario para la realización de las buenas obras.
Sería de esperar que los días transcurridos, hayan sido de recogimiento y sirvan a la unidad tan necesaria, al incremento de la fe y al amor como bases de una paz permanente en la que todos, mancomunadamente, busquemos y logremos lo que el país requiere; pero, para ello será preciso abandonar la soberbia y hasta los que sostienen: “Felizmente, gracias a Dios, soy ateo” comprendan lo que dicen, sopesen su vida, resuciten sus valores y tomen conciencia de paz y bien común.
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