El realismo mágico que describe las realidades de Colombia en la pluma de Gabriel García Márquez habría podido nutrirse en gran manera de las extravagancias que ocurren en este nuestro país de cada día. Lamentablemente Gabo ya se fue y otro de los interesados posibles en lo que pasa en estas tierras, protagonista del teatro del absurdo, también ya retornó al polvo del que todos venimos.
Creado por intereses diversos, y recreado otra vez por intereses de grupo, nuestro territorio ha sabido convertir lo excelente en mediocre y llevar en franca contradicción a Maquiavelo, la teoría de que los medios no tienen por qué justificar fin alguno.
Este largo preámbulo viene al caso para poner sobre el tapete y en análisis la mente del funcionario público que parece tener por norte el impedir que las cosas se hagan.
Me refiero a esos cientos de funcionarios, la mayoría de corta edad, que son los que se enfrentan con el ciudadano a diario, a fin de decirles que debe volver, pues le falta esto, o aquello, o que su factura de luz tiene 61 días de antigua y no 60 como reza el reglamento.
Es normal cuando se hace generalizaciones, para salvar la cosa con gracia, poner “salvo contadas excepciones”. La verdad es que las excepciones no las pude encontrar en ese mar de empleados del gobierno de turno, donde la ignorancia campea y el desprecio al usuario es un lema.
Resulta que acabo de pasar cuatro días, al 100% de ellos, dedicado a reunir un sinfín de exigencias solamente para poder pagar impuestos.
Como no podría ser de otra manera, en estos tiempos post modernos, se me exigió una serie de operaciones a través de computadoras, Internet, portales cibernéticos, dando por supuesto que debo tener todos esos componentes técnicos, sin dejarme lugar a una opción más acorde con el país (que ni siquiera llegó a la modernidad) y que pese a eso tiene satélites en el espacio, barcos en los siete mares y barcazas que no terminan de zozobra.
Estos derroteros por oficinas donde primero piden papeles, para luego decir que es otro el trámite, y en los que las filas son la tónica, fueron en mi caso condimentados con visitas al tan mal nombrado sistema de registros de derechos reales, donde sin importar si tengo o no tiempo para esos afanes se exige mi presencia para dejar órdenes judiciales y otras cosas, que perfectamente uno podría mandar a hacer al hijo o al nieto.
Demás está decir que los portales cibernéticos no funcionan, que los cafés Internet están saturados, pese al satélite, y que a los funcionarios les vale un ardite el que uno no entienda ni jota de sus afanes de hacer todo con copias y más copias.
Le pregunté a una funcionaria para qué tanto papel, que quién lee o revisa esas montañas de datos y copias de cédulas de identidad. Ante su silencio, le consulté si vendía luego esa papelería por kilos. Su respuesta fue ajustarse aún más sus audífonos, donde seguro escuchaba a su cantante favorito, acto mucho más agradable que tener que soportar a un usuario molesto.
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