El resurgimiento del exacerbado nacionalismo chileno no coincide con los postulados de cambio que se imponen en el continente latinoamericano y en el resto del mundo, bajo la premisa integracionista, que obvia inclusive poses ideológicas.
Bravuconadas, como las del célebre Abraham Konig, ya no tienen cabida hoy. La región y el orbe trabajan por la renovación de los lazos de amistad y cooperación, más allá de intereses particulares o mezquinos. Konig, cumpliendo instrucciones superiores, espetó: “Nuestros derechos nacen de la victoria, la ley suprema de las naciones. Que el Litoral es rico, y que vale muchos millones, eso ya lo sabíamos. Lo guardamos porque vale; que si nada valiera no habría interés en su conservación. Terminada la guerra, la nación vencedora impone sus condiciones y exige el pago de los gastos ocasionados. Bolivia fue vencida, no tenía con qué pagar y entregó el Litoral”.
E indudablemente que los chilenos con ese accionar antiboliviano pretenden testimoniar su desacuerdo con la demanda que interpuso Bolivia contra Chile para lograr una solución a su encierro geográfico. Pero las heridas abiertas por la invasión de 1879 deben ser restañadas con una decisión de alto contenido político, si de veras queremos construir un futuro latinoamericano mejor. Uno inspirado en los principios de la tolerancia y la solidaridad.
Una actitud inamistosa, no sólo de parte de Chile sino también de Bolivia, profundizaría los resquicios del distanciamiento y de la suspicacia, en desmedro del encuentro fraterno y amistoso de ambos países. Ocasionaría desinteligencias en el relacionamiento diplomático de dos naciones con una frontera común. En consecuencia no contribuiría a trazar espacios de entendimiento que armonicen decisiones consensuadas por el bien común.
Una manifestación inamistosa es capaz de generar otra similar en cualquier circunstancia. Acá, empero, no se trata de reavivar pasiones nacionalistas ni ahondar las diferencias, sino aunar voluntades a fin de solucionar los problemas aún no resueltos. Tampoco se trata de encender la mecha explosiva de la xenofobia sino de buscar acercamientos en la histórica perspectiva de limar asperezas. Y que todo ello tenga su inspiración en la equidad y la justicia.
La señal antiboliviana, alentada como consecuencia de la demanda interpuesta por Bolivia ante el máximo tribunal de la Organización de las Naciones Unidas, puede constituirse en un escollo para el intercambio de inquietudes comerciales, empresariales, culturales, etc., hecho que frustraría toda opción de integración regional, que nadie desea acá ni allí.
Michelle Bachelet, la nueva mandataria chilena, ojalá se digne a aplacar esa tensión antiboliviana que tiende a incrementarse y que nada bueno dice del vecino.
En suma: bolivianos y chilenos debemos armonizar criterios para solucionar nuestros problemas al margen de toda manifestación discriminadora y xenofóbica.
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