La representación jurídica-diplomática de Chile, luego de haberse presentado, aceptó plenamente las reglas y condiciones en la primera audiencia de programación de fechas ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya, admitida por la propia presidenta Michelle Bachelet en ocasión de su posesión -a tiempo de rechazar la política de cuerdas separadas intentada por nuestro mandatario-. Pero 48 horas después, según declaraciones de su vocero Jorge Burgos, no descartó ¡impugnar la competencia del alto tribunal de La Haya!, es decir, plantear mañosa y habilidosamente el retiro de su representación o, en caso contrario, tratar de diferir o retardar el proceso, no obstante encontrarse el recurso de excepción de incompetencia “in límine”, fuera de plazo.
Conforme lo precedente, la avezada amenaza anterior -al margen del descalabro chileno ante el Perú, que había presentado una demanda en La Haya, por cuyo fallo Chile perdió 22.000 Km2 de zona exclusiva, al tratar de convertir un convenio pesquero en un tratado jurídico (ofendiendo con esto la experiencia e inteligencia de la Suprema Corte)-, suma un nuevo “eslabón” en su cadena diplomática de fracasos, y revela definitivamente la patraña de la otrora supuestamente eficiente, activa y eficaz diplomacia araucana. Contrariamente, hoy en opinión de expertos de la Unión Europea, por ejemplo, Chile al presente exhibe una débil política exterior que no le permite forjar alianzas estratégicas para defender sus propios intereses, lo que concluyentemente lo ha convertido en un país paria.
Lo anterior parodia las palabras del propio flamante Ministro de Defensa chileno al reconocer que “nuestro país es un buen alumno, pero mal compañero”.
Recordemos a propósito hechos históricos, como su abstención e inamistoso antagonismo al tratado de asistencia recíproca en ocasión del conflicto de las Malvinas o su desesperado clamor de mediación papal en su disputa con la Argentina por el caso Beagle.
Es reciente, asimismo, el fracaso de su representación económica y diplomática al tratar de conseguir gas del Perú, país que -a través de Camisea- envía ingentes cantidades al lejano México.
Así, pues, queda al descubierto que la verdadera fortaleza y competencia chilena es su aparato militar, representado por su generalato y almirantazgo, agrupados en el amenazante COSENA, que se constituye -en la penumbra- en la palabra oficial e insoslayable de nuestro oponente (gobierne quien gobierne), hoy sumado deplorablemente al perfil de su actual presidenta constituida en un verdadero paradigma militar.
Recordemos también que en ocasión de cualquier inicio o intento histórico de diálogo bilateral y/o “monólogo estéril”, como en los casos del desvío del río Lauca, las aguas del Silala, el desminado de fronteras, traslado de hitos, etc., por ejemplo, se lo realizó curiosa e invariablemente en el marco de una notoria intimidación, exhibiendo el país vecino material de guerra, juegos de guerra, paradas militares, etc., como el último denominado “salitre-2009”, con el lanzamiento paralelo de su segundo satélite de aplicación militar. Tales actos culminan hoy con las declaraciones de su actual Comandante en Jefe -ante la oficiosa pregunta de un reportero en cuanto a la supuesta probable escasez de recursos y energía en el mediano plazo-, al decir que “pueden producirse conflictos y rivalidades difíciles de superar, por lo que no podemos sesgar nuestra razón de ser, cuál es: combatir”.
Al margen de la apocalíptica visión anterior, recordemos finalmente el caso de conscriptos bolivianos detenidos en la frontera, soberano aplazo diplomático ante la comunidad internacional, que obligó a liberarlos sin culpa alguna.
Pero actualmente para satisfacción nuestra, la jurisprudencia basada y originada en la revisión de tratados iniciada por la Corte Internaciona de Justicia de La Haya (casos Colombia-Nicaragua, EEUU-Panamá, etc.), en el marco del moderno DI público, se constituye al presente en el “azote” de la postura chilena, por lo que nuestro expediente se fortalece y refuerza aún más.
Finalmente, Chile debe entender de una buena vez que la integración es una obligación para que las soluciones tomen otro cariz, ya que una cosa es tratar de forzar soluciones por la vía de la intimidación, la demostración militar o el poder económico y otra es hacer las cosas de manera fraternal, con negociaciones en las que todas las partes ganen.
El autor es abogado.
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