La corrupción es un delito que casi siempre ha complotado contra el desarrollo y progreso de los pueblos y así lo demuestra la historia económica de los países ricos y desarrollados que, en diferentes etapas de su vida, han tenido que soportar los embates de la corrupción. En la actualidad, es el mal que ataca a todos los países pobres y subdesarrollados porque quienes ostentan poder permiten la presencia de situaciones corruptas.
La corrupción es la ausencia de valores, es la proscripción de las virtudes y es la práctica de quienes han perdido toda noción de decencia y honestidad; es el delito que ataca a quienes poseen poder político que instintivamente parecen propensos a apoderarse de lo ajeno cuando se trata de buscar el enriquecimiento fácil.
Pero la corrupción no sólo está circunscrita a la práctica del robo o el latrocinio practicado en las arcas de los organismos públicos, de lo que pertenece al Estado y que administran los gobiernos; es el mal que ataca también a lo privado, a lo personal, a lo comunitario, a lo que pertenece a personas o instituciones. Y la corrupción es, también, el incumplimiento de deberes y obligaciones; es la ausencia de responsabilidad para cumplir debidamente los deberes; es la forma de rehuir las responsabilidades y es el medio práctico y seguro de propugnar el fracaso de empresas nobles a las que pueda dedicarse el ser humano.
La práctica de la corrupción ha buscado, en la historia de las naciones, el hacerse de los bienes de los demás y, en el campo de las relaciones entre países, el provocar, directamente o no, la presencia de conflictos con miras a apoderarse de territorios o bienes pertenecientes a otros países o naciones que han demostrado debilidad o que han perdido en los conflictos armados y la prueba más categórica está en las pérdidas territoriales que hemos sufrido debido a la angurria de países vecinos.
La corrupción tiene, innegablemente, el componente de los corruptores que incitan a quienes ocupan altas funciones gubernamentales a cometer delitos en contra del país y son éstos, los corruptores, los que siembran la corrupción en personas que trabajan en dependencias que dan paso a trámites o gestiones que son, a la vez, fuentes de enriquecimiento mediante la otorgación de comisiones o participación en negocios no siempre lícitos. En otras palabras, el corruptor es el causante y autor de la corrupción que siembra de cómplices los ambientes en los que es posible la práctica de hechos contrarios a la honestidad y la decencia y en medio está, por ejemplo, la práctica del hedonismo, que es el mejor sistema para prostituir las virtudes y condiciones dignas del ser humano.
Quienes poseen poder político, económico o social tienen la obligación primigenia de evitar la corrupción porque cualquier delito en sí es corrupción de valores y hace sus víctimas en primer lugar a quienes dan pie para atentar contra el bien común.
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