Alejandro L. Perdomo Aguilera
Ha muerto Gabo, se ha ido del mundo de los mortales uno que probó la inmortalidad desde mucho antes. Se ha ido pero está aquí, porque ha dejado en cada uno de aquellos que tuvieron la oportunidad de saborear alguno de sus escritos, ya sean sus novelas, sus cuentos, o un simple párrafo que hallaron tras una tecla mal dada, la inolvidable sensación de confrontar las letras de un genio.
Todos los que tuvimos el privilegio de conversar con el mago de las letras, el maestro de la comunicación, el hombre que hacía con escritos sueños y andares; que nos sumergía en amoríos y aventuras añoradas, y nos hacía latir el alma desde su proverbial prosa; entendimos con él, la pasión y el misterio que encierran el amor y otros demonios.
Todos los que tuvimos ese privilegio, sentimos como una pérdida nuestra la muerte física de tan extraño ser humano, de esos que crean una idea en cada letra que redactan, que inspiran ilusiones y hacen historia, porque entre letras e ideas supieron construir un mundo mejor para nosotros.
Por eso hoy vive en cada uno de nosotros, y se expande hacia nuevas generaciones y a otros que por determinadas circunstancias, no llegan a su obra sino después de su muerte. No importa cuando se llegue a la obra de un genio, ni la diferencia de época, las circunstancias específicas o las diferencias culturales, lo que es seguro es que para todos, su palabra escrita quedará impregnada en algún espacio de nuestra memoria.
Por esas extrañas sacudidas que causa su original sentido de las palabras, la muerte de Gabo se siente como una pérdida de alguien cercano, pues desde la perspectiva de cada lector lo fue. Y es que él dejó en toda su obra su peculiar impresión sobre una realidad común.
Descubrió Nuestra América para el mundo y mostró cuánta valía existen en el amor y otras pasiones, tras cien años de soledad; el amor en los tiempos de cólera y, casi sin proponérselo, redactó desde mucho antes, su crónica de una muerte anunciada.
Por ese peculiar legado, cada uno de sus lectores se acuerda de él, desde una frase endemoniada, una oración paradigmática, o una simple palabra que ubicada en el lugar adecuado, marcó una parte importante de nuestro sentir.
Por esa extraña y maravillosa sensación, hoy lo homenajeamos desde nuestra más íntima memoria, porque fue, es y será, nuestro Gabo.
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