[Armando Mariaca]

Juan XXIII y Juan Pablo II, Pontífices santos de la paz


La canonización de dos Papas de la Iglesia Católica quedará, en los anales de la humanidad, como un hecho trascendental no sólo para el mundo católico sino para todo el cristianismo en general y también para aquellos que no lo profesan y que abrazan otros cultos o religiones pero convergen ante el mismo Dios y Creador del Universo. Ambos Papas, que honraron a sus países y al mundo, como Juan Roncalli y Karol Wojtila, han sido en su vida sacerdotal modelos de humildad, amor y servicio; no hubo en ellos signo alguno de soberbia ni orgullo de lo que eran y significaron para la Iglesia.

El Papa Francisco, en el marco de la canonización de ambos Papas, pidió al mundo que haya paz y concordia entre los hombres y los pueblos; coincidentemente, los dos Papas fueron luchadores por la paz y por el entendimiento entre pueblos, por la desaparición de hechos contrarios a los derechos humanos; lucharon porque reine la paz y la concordia y que, como consecuencia, el mundo adquiera las virtudes de la fe, la esperanza, el amor y la caridad. No hubo en ellos reticencia alguna para condenar todo lo que separó al ser humano y lo hizo, en muchos casos, enemigo de lo mismo que buscaban los países, como es desterrar las guerras creando condiciones de vida, reinado de la paz y la concordia, desarrollo y progreso para todos y la profesión de una fe que tenga a Dios como el Creador y dador de vida y amor.

La canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II es consecuencia de lo que sembraron en vida y lo mucho que hicieron en favor de la paz, de lo que batallaron para condenar al armamentismo, al hedonismo, al materialismo y a la discordia por intereses políticos o económicos. No trepidaron ante nada ni ante ningún poder terrenal para demostrar que Dios es el fundamento de la vida y la paz y que ambas condiciones deben ser básicas para el comportamiento humano.

Creyeron firmemente en los postulados de las Santas Escrituras y pusieron a los Evangelios como lábaros de la misión de glorificar a Dios, como medio de conseguir justicia, libertad, paz y bondad entre los hombres porque creían firmemente en que no puede haber paz donde no hay fe, amor y esperanzas. Creían que la caridad es base sustantiva del amor entre hermanos y es, además, condición primigenia para alcanzar los bienes eternos dispuestos por el Creador.

Creer en la paz de Cristo, su amor y vocación en servicio al ser humano, al extremo de dar la vida por la humanidad de todos los tiempos, era fundamento de fe y amor. Para creyentes o no, los fundamentos para la canonización de ambos Papas radican en que por su intercesión, ejemplo de vida y amor a Dios y a la humanidad, el Creador hizo milagros y éstos se concretaron en personas e instituciones que merecieron el favor divino para honrar y justificar la santidad de dos Vicarios de Cristo que habían vivido conforme a la Ley Divina, a la práctica y prédica de la doctrina católico-cristiana y, marginalmente, buscar la unificación de las iglesias cristianas dispersas por el mundo. Creían ellos en que la unidad será básica para conformar un solo cuerpo que, a su vez, unifique al mundo alrededor de la fe en Jesucristo que es verdad y vida del ser humano. El Papa Juan XXIII, venciendo muchas reticencias en el mismo seno de la Iglesia, redactó y puso en circulación su magnífica Encíclica Pax in Terris (Paz en la Tierra) basado en el mismo mensaje propalado por boca de los ángeles el mismo día del nacimiento de Jesús: “Gloria a Dios en los cielos y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad”, un mensaje que siempre tuvo vigencia, pero que lo traicionaron quienes tienen vocación por las guerras, los enfrentamientos entre los hombres y las naciones, tan sólo guiados por intereses subalternos, como son las conveniencias de poder y tener vulnerando las normas que deberían servir para la paz y la armonía.

Por su parte, el Papa Wojtila, Juan Pablo II, seguidor de la humildad y virtudes del Papa Juan Pablo I, fue considerado por todas las naciones del mundo como el campeón de la paz, el amor y la esperanza. Sembró amor y caridad, confianza y fe en las virtudes del propio ser humano y valoró lo que implicaba luchar por el bienestar y concordia de los hombres en más de veinte años de pontificado.

La canonización de ambos Pontífices es signo de la voluntad de Dios porque se tendrá, en ambos santos, dos nuevos abogados ante Dios y dos potencias espirituales que, es de esperar, influyan en los hombres sentimientos de amor, caridad, fe y esperanza para la conversión del mundo y la transformación por el bien y el amor. Ellos, los nuevos santos, serán la concreción de esperanzas que se tuvo en ellos cuando vivían: instrumentos de paz, fe y amor, unidad y esperanza para alcanzar los bienes de la Tierra y los eternos asignados por Dios a cada hombre.

La Iglesia Católica, conjuntamente otros cultos que dirigen su vida y oraciones al mismo Dios, tienen nuevos ejemplos a seguir, hoy vidas en el seno de Dios que, con seguridad, comulgan con las esperanzas de desterrar la pobreza disfrazada de hambre, armamentismo, enfermedades, guerras, desunión, discordias, antagonismos y desesperanzas que son norma de vida de quienes no creen en Dios o, si creen, renuncian a su fe y malgastan sus virtudes y principios tan sólo por satisfacer su soberbia, que es base de todos los pecados capitales.

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