[Marcelo Arduz]

De lo mítico en el Día de la Cruz


En el año 1498, en el tercero de sus viajes Christophorus Columbus pisa por primera vez el continente americano, en cumplimiento de algún designio divino o no. A bordo de una de sus naves había portado un enigmático lienzo del Cristo de los tres rostros, sosteniendo con brazos abiertos una cábala mística de inscripción latina, por lo cual el primer punto al que arribó en la costa lo bautizó de Trinidad.

Al descubrir en el lugar vestigios del símbolo de la cruz y recibir noticias de que muchísimo antes que él un hombre barbado y de tez blanca lo habría precedido cargando una cruz, a aquellos latitudes se las denominó “Tierras de la Santa Cruz” o Vera (verdadera) Cruz, aunque en el viejo mundo eran más conocidas por “Las Indias”, “Nueva India” o simplemente “Nuevo Mundo”…

Entonces, bajo patrocinio trinitario se bautizaron numerosas ciudades, incluida la ciudad de los Virreyes el 18 de enero de 1535: “en nombre de la Santísima Trinidad, sin la cual que es principio, hacedor y gobernador de todas las cosas, ninguna cosa que buena sea se puede hacer, perpetuar, acabar ni permanecer, pues es principio de cualquier pueblo o ciudad”. Por su parte, dentro de la dilatada jurisdicción de Charcas, se funda en la selva de Moxos la actual capital del Beni.

Surcando las dilatadas masas oceánicas, al alcanzar el mensaje de la cruz la otra ribera de los mares logra establecer el cristianismo alrededor del mundo, en un tiempo que en Occidente la reforma cuestionara la creencia en la Virgen, los ángeles y santos, adquiriendo a partir de entonces un halo de misterio la firma y rúbrica de Colón que antes las acompañara con tres premonitorias cruces.

El hecho es reseñado en el primer mapa del Nuevo Mundo elaborado por Juan de la Cosa, el piloto de la nave Santa María, que en un recuadro grande de la parte superior lo representa identificada su figura con la de “San Cristóbal” cargando en hombros al Niño, como símbolo de quien hizo cruzar el mensaje cristiano de una orilla a otra del océano.

En la leyenda, el Cristo andino llamado Tunupa es crucificado a orillas del Titicaca y siendo echado a las aguas amarrado en una balsa de totora, abre el cauce del río Desaguadero por el que se marcha prometiendo retornar pasados los siglos.

Durante la colonia, al desenterrarse en Carabuco su cruz para trasladar la mitad hasta la Catedral de Chuquisaca, se inicia la acendrada devoción al llamado Señor del Gran Poder por representar los tres poderes divinos en uno sólo, asociado por los nativos al ídolo trifacético Tanka Tanka que ellos adoraban.

Por ese tiempo, el Cristo de los tres rostros se convertiría en una de las devociones más acendradas y difundidas del continente, hasta que el Concilio de Trento lo proscribió instruyendo bajar su efigie de los altares. Al continuar ganando popularidad la imagen en el Nuevo Mundo, la Santa Sede tuvo que recurrir al Tribunal de la Inquisición para extinguir su culto.

Luego de padecer prisión, el navegante genovés falleció en medio del abandono y la pobreza, proponiendo el cosmógrafo alemán Martín Waldseemüller en su “Universalis Cosmographia (1507), se bautice al continente con el nombre de Vespucci, suponiendo que era autor de la primera carta geográfica del Nuevo Mundo. Sin embargo, siglos más tarde se develaría fuera copiada del mapa de Juan de la Cosa.

El signo de la cruz difundiría un mensaje humanitario y civilizador en cuanto a los destinos de tierras americanas, y cuando los fines de la espada se sobrepusieron a los de la cruz, otra espada se alzó: Simón Bolívar de la Santísima Libertad (Trinidad, señala la partida de bautizo), liberándolas de la opresión y la expoliación de los recursos naturales y culturas originarias.

El Libertador, oponiéndose a la arbitraria nominación de América designa Gran Colombia al proyecto unificador con que soñara, pero iniciado con Colombia, Ecuador y Venezuela, en lugar de extenderse a otras repúblicas el nombre quedó restringido a la primera, diluyéndose de esta manera la propuesta para todo el continente.

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