–¡Cuánto te adoro, Tomás!
¡Eres mi dicha, mi encanto!
¡Te amo tanto, pero tanto. . .
que no puedo amarte más!
La dulzura de tus besos
quiero aspirar, delirante. . .
–Bien, no sigas adelante. . .
¿te bastan doscientos pesos?
Vicente Nicolau Roig
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