Lionel Messi
“El día que la gente no quiera más que estemos ahí, no voy a estar”, avisa desde Argentina el delantero del Barcelona, justo el día después de renovar su contrato.
Un murmullo del Camp Nou, estadio exigente hasta el punto de que en este curso ha silbado a Neymar y sobre todo se ha ensañado con Cesc, ha descorchado la queja de Lionel Messi, que sembró la duda sobre su futuro, por más que recalcara su compromiso con el Barcelona. O se está con él o contra él, dice ahora el futbolista, al igual que ocurre en el campo con sus compañeros.
Lejos de llegar a una chifla, sobre todo porque Leo ha vencido cualquier referéndum de este año en el Camp Nou —“¡Messi, Messi, Messi!”, entona la grada a cada encuentro—, una minoría de la afición silbó tímidamente al 10 en el último duelo de la Liga, cuando al Barza se le escurría un nuevo título en apenas un mes, batido primero en los cuartos de final de la Champions por el Atlético, descompuesto después en la final de la Copa por el Madrid. Suficiente pita, en cualquier caso, para que se escuchara e hiciera eco en el estadio, y la digiriera de mala manera Messi.
Resulta que el delantero, que el lunes firmó el mejor contrato de la historia del fútbol junto al de Samuel Eto’o en 2011 (con el Anzhi ruso), que llega a los 20 millones de euros por temporada, lanzó una misiva de lo más sorprendente. Sembró la duda al abrir las puertas a su marcha del Barcelona por primera vez desde 2003, fecha en la que debutó ante el Oporto. “Muchas veces dije que el Barcelona es mi casa, pero el día que la gente no quiera más que estemos ahí, no lo voy a estar. Quiero mucho a este club y si hay que gente que no me quiere, que duda de mí y prefiere que me vaya, no tengo ningún problema”, soltó Messi a su llegada a Argentina, camino de su Rosario natal antes de concentrarse con la selección para afrontar el Mundial de Brasil; “uno está dentro de la cancha, a veces escucha el murmullo y por eso digo que sí es así, que me tengo que ir, no tengo problema. Pero mi casa siempre es Barcelona”.
Eso mismo quiere la afición, que ha disfrutado del 10 durante un reinado de lo más longevo, sin precedentes en la historia moderna. Pero entiende la grada que no ha sido su año: bien porque caminaba por el césped como en los cuartos europeos, cuando solo corrió un kilómetro y medio más que Pinto; bien porque Martino prefería “que no entrara tanto en juego”. “No fue un año fácil por lesiones, por otras cosas que... fuera del fútbol”, expuso Messi desde Argentina. Una referencia a sus delitos de fraude con Hacienda, por los que ya desembolsó 10 millones de euros, y por unas falsas relaciones de su fundación con las bandas de narcos colombianos, que hicieron el negocio con sus partidos amistosos del verano anterior.
“No estoy preocupado. Sé lo que puedo dar y tengo ganas de empezar con la selección”, resolvió Messi; “cambio de chip como muchas veces me pasó al revés… Que no me salían las cosas en la selección y volvía a Barcelona y jugaba bien. Así que esperemos que esta vez sea al revés y que, cuando me junte en el Predio [de Ezeiza, ciudad deportiva de Argentina] con mis compañeros, con mis amigos, me va a cambiar la cabeza y va a ser otra historia”. Por entonces, la hinchada argentina le echaba en cara que solo funcionara en el Barcelona, que no igualaba ni de lejos los registros con la elástica albiceleste.
A su regreso, la afición culé, por más que murmurase y le recrimine su falta de trascendencia en el curso —aunque su puntería no se resintió porque ha materializado 41 goles en 44 partidos—, le aguarda con los brazos abiertos. Pero ya sabe que o se le quiere o se va.
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