Algunos afirman que no existe palabra mal dicha sino mal interpretada. Eso puede ser cierto en diversas circunstancias, pero dejar al libre albedrío de la gente lo que dice un primer mandatario ya es otro cantar. Peor todavía si las palabras de ese mandatario no dan lugar a ningún equívoco. Es el caso de S.E. el presidente de los bolivianos, que, cuando cae en manos de un periodista avezado, puede decir lo que no debería, entonces los peligros de la lengua saltan a la vista, clarísimos.
Desde que el avión Falcon está listo a una orden para despegar y S. E. no tiene que pedir permiso a nadie, menos a la Asamblea, para viajar al exterior, no sabemos por dónde anda. Lo único cierto es que no se lo encuentra en el Palacio, gobernando. Entonces, pocos eran los que se habían enterado de que S.E. volaba por los cielos de Costa Rica y Cuba hace unos días y que tuvo la gentileza de otorgarle unos minutos al periodista español David López, de la revista “Vanity Fair”, versión castellana. Fue suficiente para que los peligros del lenguaje salieran a flor, aunque no todo lo que le dijo S.E. en el aire al curioso reportero fuera estrictamente semántico porque también hubo algún mensaje que ya causó reacciones en los medios de prensa y regocijo en la oposición.
Eso de que S.E. no se fiaba de algunos de sus ministros porque a veces se olvidaban de decirle toda la verdad, no deja de ser o un desliz o una advertencia. Suponemos lo primero, porque si un presidente no confía en uno u otro de sus ministros lo reemplaza y punto. S.E. tiene ministros que debió cambiar a los dos meses de su primera gestión y que permanecieron mucho tiempo en el gabinete y alguno dura todavía. Cuando un ministro se dio por aludido y dijo que él no le mentía nunca a S.E., debió salir a la palestra el Vicepresidente para ponerle paños fríos al tema pero cuidándose de no desmentir al jefe supremo. ¡Qué va! El Vice -ahora tratando de zafarse de las empresas aereo-mineras de algunos de sus familiares- dijo que S.E. se refería a que los ministros a veces no dan informes “completos” y que a S.E. la gusta la verdad antes que todo. Trató de equilibrar las cosas pero quedó entendido que algunos ministros hacen aguas.
Lo otro que sorprendió seguramente al periodista español -y que sorprenderá en “Vanity Fair”- fue cuando le expresó que él quería irse del gobierno, pero que -¡cómo no!-, fueron las organizaciones sociales las que le pidieron que continuara y se postulara a un tercer período. Ese es un cuento viejo en Bolivia, sin ninguna originalidad. No aclaró -aunque por cierto el periodista lo sabía- que las “organizaciones sociales” son los incondicionales del MAS. S.E. agregó que su máximo deseo hubiera sido irse al campo, a su terrenito en el Chapare, porque él ama la tierra. Y ante la pregunta de si iría a una cuarta elección, no respondió que eso estaba prohibido constitucionalmente, que fue lo que debió contestar, sino: “hasta aquí nomás”, porque dizque los mandatarios deberían ser personas jóvenes de no más de 60 o 62 años, es decir lo que él tendría cuando acabe su cuarto período, si comienza el tercero, naturalmente.
Pero S.E. se fue de lengua cuando le afirmó a la revista que sus relaciones con el rey Juan Carlos eran cordiales, amistosas, porque en sus encuentros hablaban de “nuestra monarquía” (¿la de ambos?), aunque no así con el príncipe Felipe, porque, dijo: “me mira raro”. No quiso explicar, afortunadamente, eso de que el príncipe de Asturias lo mirara “raro”. No tendría que extrañarse S.E. de que el heredero a la Corona lo mire “raro”, simplemente porque S.E. es un fenómeno humano, una curiosidad política, que llama la atención de mucha gente que lo debe mirar igual.
A quienes no les debe haber gustado mucho una de las respuestas de S.E. ha sido a los cubanos. Y no les gustará – si leen “Vanity Fair”- porque afirmó que Fidel Castro ya no sabía lo que estaba pasando en la Isla. Dijo que ya sólo preparaba discursos. En eso fue consecuente por lo menos con su criterio de que los presidentes no deben pasar de 60 años. Claro que a su amigo Raúl Castro, que está sobre los 80, no le habrá agradado mucho la poco amable referencia a su hermano mayor y que le rebota a él.
Para culminar la entrevista aérea, S.E. no dejó de olvidarse de los gringos cuando afirmó que el día más feliz de su vida fue el de la nacionalización de los hidrocarburos, tan puesta en duda por la propia izquierda boliviana. Y recordó al presidente Obama, de quien dijo, le daba la mano en privado, pero se la negaba en público. Y concluyó: “No lo entiendo. Es la mentalidad imperial. Pero la ventaja que tenemos es que esa forma de actuar y de pensar está en decadencia”.
Amén.
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