Noemi Portela Prol
Ha sido declarada la epidemia del Siglo XXI. Uno de cada cinco ancianos mayores de 80 años y un 6 % de personas que superan la barrera de los 65 la padecen; aunque los primeros síntomas pueden aparecer en torno a los 40 o 50 años de edad. No se trata de simples olvidos, la enfermedad de Alzheimer es una dolencia neurodegenerativa irreversible que termina por dejar sin recuerdos a aquellos que la sufren. Y abre las puertas a una nueva, y dura, realidad a sus familias, que han de aprender a vivir con unos recuerdos que desaparecerán tras la nebulosa mente del enfermo y que, sin embargo, para ellos permanecerán imborrables.
Más de 20 millones de personas sufren Alzheimer en el mundo, una dolencia que consiste en la destrucción progresiva de las células cerebrales y que produce la pérdida de facultades mentales como la memoria y elimina la identidad del individuo. La cifra, revelada por la OMS (Organización Mundial de la Salud), podría ser superior ya que hay un gran número de casos sin diagnóstico. Además el número de enfermos que sufren este tipo de demencia senil va en aumento con el paso de los años en sintonía con el constante aumento del envejecimiento de la población mundial y el incremento de la esperanza de vida. Por ello, se prevé que la cifra actual se duplique en 2025 e incluso se triplique en 2050.
Todavía no están claras las causas de esta enfermedad, aunque durante estos últimos años son numerosos los estudios que han tratado de dar con la respuesta y aseguran que a los factores genéticos se suman otros muchos. Detener esta enfermedad degenerativa es una utopía por el momento, aunque sí existen fármacos que pueden ralentizar su efecto, con una incidencia mayor en las primeras fases del Alzheimer por eso los expertos coinciden en señalar. La importancia de la detección precoz y en enfocar los estudios hacia ese fin.
La enfermedad, en la que se puede distinguir tres fases, comienza por borrar de la mente del afectado pequeños actos cotidianos, considerados despistes, para poco a poco agravar su situación. Primero dejarán de identificar los objetos inanimados, después a sus seres queridos; quizás el peor momento por la dureza que supone asumir que para el enfermo todo el mundo es un extraño. Sus recuerdos más recientes desaparecen mientras los de su niñez persisten. Las personas con Alzheimer se muestran agitadas, violentas en algunos casos, aun cuando esto no era habitual en ellos y anula su capacidad de comunicación con los demás. Un largo proceso que dependiendo del enfermo puede durar entre cinco y 30 años, aunque su duración media se sitúa en torno a los quince años y afecta en especial a las mujeres, debido también a la mayor longevidad de estas.
El número de afectados por la enfermedad es, en realidad, mucho mayor ya que a los enfermos se les suman sus familias. Éstas ven mermada su economía como consecuencia de los cuidados del paciente, un importe que, entre costes directos e indirectos, puede llegar a los 30.000 euros anuales por enfermo. Un coste alto si además se tienen en cuenta las escasas ayudas estatales que existen en la mayoría de países para este tipo de dolencia pero mínimo si se compara con el desgaste que esta enfermedad supone para sus cuidadores; habitualmente la hija del enfermo. La paulatina pérdida de autonomía del enfermo hasta la total ausencia de conciencia precisa de un cuidado que aumenta conforme este tipo de demencia senil avanza. “Al principio era su apoyo, lo ayudaba, pero ahora es un cuidado de 24 horas porque no se lo puede dejar solo ni un momento. Es duro ver cómo la enfermedad supera a mi padre. Cómo ya no me reconoce”, cuenta una cuidadora.
Decía Gabriel García Márquez: “la muerte no llega con la vejez, sino con el olvido”. Un olvido que se hace dueño y señor de la persona que sufre esta demencia, que borra recuerdos y a seres queridos por igual y obliga a éstos últimos a enfrentarse a la difícil lucha diaria de la impotencia. Nunca la cercanía fue tan lejana.
La autora es periodista.
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