La Historia es el registro de los eventos de la humanidad, circunscritos a una civilización, país o institución y tradicionalmente se enfoca a las acciones de sus gobiernos, sus líderes y los conflictos entre ellos. Por ejemplo, un excelente recorrido en el tiempo es el que nos dan los Mesa y Gisbert en su “Historia de Bolivia”, en el que nos hacen transitar desde el periodo prehispánico, pasando por la Conquista, los virreinatos, la independencia y la Historia de la República hasta llegar a nuestros días.
Una forma distinta de ver nuestro pasado, hasta llegar a unos pocos años atrás en nuestra accidentada vida nacional, es la que nos ofrece el historiador Luis Antezana Ergueta en su “Historia económica de Bolivia - De Túpac Katari a Evo Morales”, editado por Plural, en febrero de este año.
Picada mi curiosidad, hice una revisión del texto y me encontré con un documento de grata lectura que busca interpretar nuestra evolución histórica económica no como una lucha de clases, tal como lo explica la metodología marxista, sino como “la confrontación entre la corriente social que tiene el objetivo de desarrollar sus fuerzas motrices, corriente proteccionista, frente a la cual se encuentra la que tiene como objetivo el libre comercio internacional”. Ello, afirma, “permite descubrir aspectos y elementos no vistos en estudios anteriores y para que, en esa forma, la historia cumpla la misión que le corresponde: servir de lección para no repetir los errores y aprovechar lo positivo”.
Su recorrido en el tiempo es larguísimo, comienza con “La verdad sobre los 500 años, Conquista incaica del Collasuyo”, periodo sobre el cual nos relata que los pobladores del Collasuyo, en la parte andina de lo que hoy es Bolivia, estaban asentados y organizados en comunidades relativamente desarrolladas. Producían mercancías que se intercambiaban por trueque. “Los incas del Perú tuvieron noticias de esas tierras y el Inca Túpac Yupanqui decidió anexarlas al Imperio”. El resultado fue un régimen de producción feudal, con apropiación del total de su producción.
Ese régimen injusto fue resuelto con la llegada de los españoles, quienes en 1532 los liberaron del yugo incaico, permitiéndoles el retorno a sus tierras de origen, aunque de cierta forma prolongaron el régimen incaico. Una innovación importante es que los españoles introdujeron el dinero para el intercambio de mercancías y establecieron la propiedad privada. Antezana considera que de esta manera hubo una transformación de una economía feudal a una economía capitalista, aunque en medio de grandes saltos comunitarios. Se eliminó el trabajo no pagado o pagado en especie por el trabajo pagado en dinero. Lo cual derivó en un periodo de relativa prosperidad que duró todo el Siglo XVI.
Pero a finales del Siglo XVI, “cuando la corona española, bajo el dominio de la Casa de Austria, modificó su sistema económico para imitar el procedimiento de los prósperos industriales y comerciantes ingleses, el cual consistía en imponer obligatoriamente a los habitantes de las colonias el consumo de la producción industrial de las metrópoli”. Resultado, depauperación de las colonias y acumulación de la riqueza por España. Ese monopolio comercial derivó además en monopolio político. Además ese enfoque económico, al haber provocado la caída de la producción y el abandono del cultivo de tierras derivó en una catástrofe ambiental (1800-1804), lo que provocó hambruna y epidemias de grandes proporciones. Lo que hoy denominaríamos: enfoque económico con daños ambientales.
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