Son ocho años, consagrados únicamente a la gestión política, tiempo en el cual se ignoró el derecho constitucional más importante de la colectividad, el fin supremo del Estado que traduce el bien común, a cuyo obvio concepto se antepone otro de mayor trascendencia, que incide en los destinos del país. El bien común expresa: “La condición ideal para alcanzar un alto grado de progreso y perfección de la sociedad, que significa el medio propicio para la plena realización de la persona humana”, un concepto amplio, general, abstracto y relativo.
En muchos estados el fin supremo es la persona humana, que determina el perfil y prototipo de la persona, como individuo perfecto en virtudes y cualidades, modelo de conducta y de un elevado amor a la Patria, orgulloso por su grandeza. En realidad son aspiraciones que brotan de un conjunto de condiciones éticas, sociales, económicas y culturales, y el profundo respeto a los valores básicos sociales y DDHH, lejos de posiciones totalitarias y antidemocráticas.
Fue la influencia del desempeño gubernamental que hizo crecer la crisis permanente de la sociedad, que postrada en su languidez no percibió la necesidad y el beneficio de una política de desarrollo humano integral, como verdadera esencia de la realización plena de las personas hacia un futuro promisor. Mas al contrario, a la sociedad se la sentenció a un sistemático e insistente retroceso, con rumbo y destino invariable hacia el ancestro originario aymara, influencia seudocultural inmersa en todos los ámbitos y actividades. Tan concluyente, que la felicidad y gozos que brinda el auge económico del momento, camufla y esconde la vital necesidad de progreso, perfección y cultura, al mismo tiempo manifiesta un conformismo producto del letargo y turbación social. Esta apática indiferencia encarnada en el espíritu nacional, pone en evidencia el aparente extravío de aspiraciones e intereses sociales, como una sensación de quiebra moral y espiritual, en un desplome de valores sociales y bajísima auto estima en relación con el país.
La educación, como base fundamental de todo proceso social (desarrollo humano), frente a sus requerimientos y exigencias, no ha superado su bajísimo nivel de formación y preparación; una reforma educativa de difícil aplicación calificada de retrógrada, que afecta e ignora los desafíos de la ciencia, tecnología y la formación cívico ético moral del estudiante. Por otro lado, salvando excepciones, de una mayoría de profesionales salidos de las universidades, su educación y preparación deja mucho que desear, lo que se agrava por la ausencia de fuentes de trabajo, que plantea su fuga al exterior.
José Ingenieros decía: “el título de médico, abogado, ingeniero, arquitecto, militar, etc., etc., se va al basurero, al tacho, cuando no está acompañado de cultura y educación, y esto no se lo consigue en las universidades, colegios militares u otros institutos, sino en la cuna, en la casa”, que hoy también mantiene carencias.
Se ha fracturado el espíritu nacional, pues “originarios campesinos” por ciega obediencia al Gobierno infieren odios, rencores, resentimientos y racismos, luego se genera enfrentamientos entre regiones, ciudades, y grupos sociales campesinos; el mal ejemplo gubernamental que no respeta la CPE, por desaciertos e incongruencias deriva en demagogia de engaños y mentiras, hasta llegar al escarnio oprobioso del odio y rechazo hacia la propia clase.
García Linera en su denigrante tesis plantea la “destrucción del alma del kara”; luego los “principios de Orinoca” nada rezagados están en la destrucción social. Estas negativas influencias han dado lugar a un ambiente caótico, donde proliferan indisciplina, corrupción, delincuencia, crimen, narcotráfico, y el contrabando. Lo más grave es que la sociedad tampoco alienta la esperanza de un cambio de actitud y mentalidad, pierde en apariencia la “conciencia colectiva”, sin dejar bases para una construcción de la “unidad nacional”, que ya es una utopía.
No podemos continuar como genuinos productos del pasado estéril y sin grandeza, los pueblos no avanzan y prosperan por mandatos de la providencia, menos por el azar. De continuar con la placentera mediocridad e ignorancia, perderemos la justicia y libertad. Mirémonos en el espejo de la verdad y no creamos en virtudes que no se posee, avancemos con nuestra preparación para convertir a la Patria grande, creando un instrumento fuerte de disuasión frente al enemigo.
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