Ernesto Millán Bernal
El New York Times internacional, del pasado 26 de abril, trae una interesantísima nota respecto a acciones que han posibilitado la devolución de piezas arqueológicas a sus lugares de origen. Lo más importante del caso es que dicho retorno es auspiciado por la acción diplomática, es decir por la voluntad de ambas partes. Claro está que hay un reconocimiento de que aquellas apropiaciones son indebidas, que implícitamente tienen relación con actos delictivos, como el robo, y no por decisiones legales, como dijo Richard Burger, presidente del Consejo de Estudios arqueológicos de la Universidad de Yale y ex empleado del Museo Peabody.
Uno de los más entusiastas sobre este hecho es el viceministro de Cultura de Perú, Luis Jaime Castillo Butters, que expresó firmemente: “Tenemos una posición moral que es más fuerte que la de todo el que se haya llevado lo nuestro. Lo queremos de vuelta porque le pertenece a este país. Fue aquí donde se produjo”. Los objetos repatriados comprenden cerámica, herramientas, joyas, huesos humanos, de animales, que ya están siendo expuestos en el Museo de Cusco. Este es el resultado de largas gestiones con el Museo Peabody de Yale de Historia Natural, de New Haven, Connecticut, Estados Unidos.
Al igual que otras colecciones, como la Colección Menil, que se había prometido devolver en 20 años a Chipre, fue ejecutada, pese a la reticencia original pero se cumplió con lo pactado…”. Sin duda nos entristeció, pero también nos sentimos muy orgullosos, ya que, desde el punto de vista ético, era exactamente lo que tenía que pasar”, dijo Josef Helfenstein, el director de la Colección Menil.
Este caso toma relieve por la devolución de una impresionante estatua de Perséfone, que tiene dos metros de altura y se remonta a alrededor del año 425 a.C., que se ha convertido en una de las obras de arte más disputadas del mundo. Su viaje- desde Sicilia hasta el Museo J. Paul Getty en California y luego de vuelta a Sicilia, ofrece un agudo panorama del mundo de la restitución de arte. En los últimos años, museos de EEUU y Europa han empezado a devolver objetos a sus países de origen.
En lo que respecta a Bolivia, hay mucho trabajo que hacer, ya se empezó con la devolución de una estatuilla muy valorada, gracias a la gestión de la Cancillería. Sin embargo, existe un número de 90.000 piezas arqueológicas sólo de la cultura tiwanacota, que han salido hacia tierras extrañas, debido a actos dolosos cubiertos por el manto delictivo que ha destrozado el Patrimonio Cultural de Bolivia.
Existen anécdotas y hechos heroicos de defensa del patrimonio aun en los tiempos actuales, como un caso que hasta suena risible, de un monolito de 90 cm de oro puro, que fue descubierto y se trató de sacarlo de su lugar de descubrimiento hacia la localidad próxima para ser “resguardado” y después tratar de llevárselo, seguramente para comercializarlo luego. Al ser “desaparecido” por los lugareños, que lo ocultaron en otras instalaciones, lograron salvarlo, ya que después incluso llegaron dos “caimanes” con soldados, para llevárselo “por instrucciones superiores más altas”. Luego se trató de desmentir el hallazgo, diciendo que se trataba de una lata de manteca de color dorado, que era lo que brillaba al darle la luz del sol….
Nuestras riquezas arqueológicas están debidamente identificadas, donde se hallan actualmente. Y esta denuncia se la ha plasmado en el libro “Maravilloso Tiwanaku” de pronta edición y salida a la luz pública. Su autor ha tenido la suerte de visitar cada centro cultural, donde se hallan expuestas, y a cambio de qué han ofertado estos patrimonios. Es más, en su libro registra iconos de aquellos objetos, especialmente cerámica, como utensilios para labranza y de adoración, dada su amplia capacidad de retención sobre el objeto requerido, como su plasticidad en el dibujo, para su réplica posterior.
Es, pues, una brillante oportunidad para que acciones a emprender en conjunción de voluntades posibiliten la vuelta de esos miles de tesoros que por la desidia, acciones delictivas y el nomeimportismo, posibilitaron su salida del solar patrio.
Y para posibilitar efectivamente su retorno al lugar de origen, debemos ejecutar de inmediato aquel proyecto de Simón I. Patiño (en 1920) de hacer navegable el río Desaguadero y construir un ferrocarril hacia el Chapare, desde Cochabamba; sus más caros anhelos eran excavar las ruinas; edificar un museo para la estancia de esas miles de artesanías y tesoros que Tiwanaku y la historia nos legaron.
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