La civilización del espectáculo de Mario Vargas Llosa -novelista famoso y Premio Nobel de Literatura- le consagra también como ensayista de primera magnitud. No resistimos pues la tentación de intentar glosar tan sólo uno de los capítulos de La civilización del espectáculo junto a algunos comentarios que nos permitimos. Conocemos las limitaciones del mercado literario en nuestro medio en términos generales, sin permitirnos el disfrute de obras seleccionadas y tal es uno de los motivos que nos lleva a este modesto intento divulgativo. Los temas tratados por Vargas Llosa son variados y muy actuales, matizados de exquisita crítica, por lo que fungir de cronista resulta ambicioso y desmesurado en la estrechez de una crónica.
Vargas Llosa lamenta de comienzo la devaluación que sufre la cultura en su verdadera significación, al extremo que amenaza desaparecer suplantada por una nueva cultura que es precisamente la del espectáculo, en la que el primer lugar en la tabla de valores vigente ocupa el entretenimiento desde “la cúspide a la base de la pirámide social” y, por supuesto, sin distingo de nacionalidades. No hay otra inquietud que divertirse o entregarse al pasatiempo lúdico.
El origen de la devaluación cultural es variado, siendo visibles la masificación, la globalización, el ocio creciente, la revolución de los medios audiovisuales, etc. Esto tiene directa relación con el costumbrismo y el folclore, lo cual no es malo en sí, aunque carente de suficiente mérito sustitutivo. Nadie mejor que nosotros para dar testimonio de semejante realidad, donde se ha hecho común confundir el folclore con cultura bajo directivas de un neoindianismo. Esta visión parcial es reflejo de las conclusiones de algunos antropólogos europeos, que llevados por un enfoque pretendidamente modernista han elevado a la categoría de cultura las manifestaciones de tono popular.
La cultura en su sentido tradicional son las bellas artes, la filosofía, la literatura, la política conceptual y también la religión, pero se las ha trocado con el espectáculo que en fin de cuentas “hace del espectador un consumidor de ilusiones”. Escritor consumado, el Premio Nobel se refiere a la literatura en un primer plano de su análisis, observando el avance y consumo de una “literatura light” y sus derivados: el cine y el arte ligth. La primera, leve, ligera, fácil, sin otro objetivo que divertir. Se puede decir que el arte contemporáneo deviene caprichoso, huero y estéril porque no inspira y toca lo aberrante. Antaño la crítica literaria jugaba de orientadora y consejera del lector. La penetrante observación de Vargas Llosa, encuentra un falso sustituto en la publicidad que, en su afán incitativo muchas veces vende “gato por liebre”.
El ocio, la falta de metas y la orfandad espiritual de las nuevas generaciones han convertido a la música en su “signo de identidad del mundo entero”. En el país este impacto es tal que la máxima aspiración de los jóvenes es participar en un conjunto musical, objetivo que los hace sentir realizados. La pasarela y los concursos de belleza son el embeleco insustituible de las muchachas -en unas regiones más que en otras de nuestra geografía-, a veces con pocos atributos.
Los conciertos de rock y similares son otra dimensión masificante, en la que el alcohol y los estimulantes nerviosos crean un ambiente de “misticismo musical” conducente a extremos para religiosos. “Los grandes partidos de fútbol sirven sobre todo… como pretexto y desahogo a lo irracional”, de regresión a la condición de tribu, de “pieza gregaria… en la que el espectador da rienda suelta a sus instintos agresivos de rechazo del otro…”, del adversario o contendor. Qué diferencia con los ascetas y místicos de otros tiempos que de la mano de la reflexión introspectiva trascendían a la exaltación espiritual. Hoy en día se busca el nirvana fácil y rápido que la drogadicción pone al alcance; el resto es el abominable aburrimiento, renegado de la belleza de las artes y las letras y merecedor del “Gran Bostezo” del que hablaba Octavio Paz.
El laicismo y la sacularización de los pueblos, allana el camino de los desvaríos entre otros factores de subsunción en la nada. La política no conoce ya al conductor juicioso y portador de ideas. El político que antes disputaba la compañía o la adhesión de escritores, poetas y científicos, ahora acude como conspicuos auspiciantes “a cantantes de rock… a estrellas de fútbol” y a gentes del espectáculo barato en busca de popularidad mediática. Realidades como estas -guardando las proporciones- son nuestro “pan y circo” cotidiano. Acaso no hemos visto que el “carajo” de un candidato lo transforma de personaje rígido en complaciente y risueño como si el “carisma” de los aspirantes consistiese en provocar risa. No hay candidato en pie sin marketing político en la televisión y las redes sociales. El autor subraya “vivimos la primacía de las imágenes sobre las ideas”.
Este cuadro melodramático acompañado por la pornografía sobre el erotismo de contornos artísticos en el sexo, muestra el destierro de la estética, de la cultura y de la intelectualidad y es que “en la civilización del espectáculo el cómico es el rey”.
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