Mariano Baptista debe ser una de las personalidades más abiertas a todas las culturas nativas (si son muchas como se aparenta) y un acucioso investigador de la historia nacional. Apasionado lector, escritor y guardián de datos inéditos y de cartas notables, infatigable entrevistador de personajes que le permiten tener una mirada amplia del país, es boliviano por los cuatro costados.
No extraña porque Mariano Baptista viene de una familia de abolengo cultural y político que sería ocioso explicar. Nos une una vieja amistad, tanto como la tuve con sus hermanos Fernando y Bernardo ya fallecidos, en especial con nuestra recordada Miriam, en cuyo piso de la plaza Abaroa reunía a almorzar, todos los jueves, a muchos personajes interesantes, de la política, las artes, y las letras, que derivaban en amenas tertulias de sobremesa.
A lo anterior se suma que las circunstancias nos llevaron a compartir labores ministeriales con Mariano, así como a trabajar juntos en temas relacionados con la información del Estado. Eran años de pobreza trapense, que no tienen nada que ver con la desvergonzada esplendidez actual. Antes lo colaboré en Última Hora, cuando él la dirigía, tiempo en que reeditó una obra agotada de mi padre, “Introducción a la Antropología Filosófica” y de mi primera novela, “Luna de Locos”.
Ahora cae en mis manos la segunda edición de tres de sus obras sobre Santa Cruz, Beni y Pando, que se constituyen en un conjunto de magníficas crónicas de autores nacionales y extranjeros durante los siglos XVI al XXI. Las compilaciones son verdaderas joyas para quienes se interesan por la historia, entregada en forma de un mosaico de escritos sobre los pueblos viejos y entrañables del pasado, hasta nuestros días.
En el caso de Santa Cruz, las narraciones son más urbanas, sobre cómo se vivía en el pueblo sufrido y aislado de entonces; cuáles eran sus costumbres y como se perfilaba su futuro incierto entre la selva y los grandes ríos por un lado y la fría y escarpada cordillera por el otro.
Los volúmenes referentes a Beni y Pando son de carácter más rural, simplemente porque no existían grandes centros urbanos en aquellas regiones, ya que todo era pampas, montes, ríos, y curiches. Ambos textos se refieren más a la vida de los neófitos, de los “bárbaros”, a la naturaleza hostil, y a los emprendedores jesuitas primero y luego a los cruceños que se atrevieron a incursionar más allá de lo conocido, en busca de fortuna y de vías de comunicación para vender sus productos, preservando de ese modo inmensos territorios para la soberanía nacional.
Se describe a Santa Cruz, con la visión del lugareño en algunos casos y del forastero en otros. Lo notable es que si se leen los fragmentos de las crónicas sobre nuestra ciudad, es innegable que se encuentran extraordinarias coincidencias entre los autores sobre el espíritu de la gente cruceña; una manera de ser muy peculiar, amable, risueña, pero sacrificada, donde la mujer destaca con cualidades propias. Casi se podría decir que existe un denominador común entre quienes nos visitaron el Siglo XIX, como los cruceños que vieron crecer su ciudad durante el siglo pasado y en lo que va del presente en esa su indeclinable lucha por subsistir, por superar su aislamiento, por integrarse al resto de la nación. Una batalla desventajosa que continúa librándose en pleno Siglo XXI.
En lo que se refiere al Beni, gran parte de la obra la enriquecen los monjes jesuitas. La carta atribuida al padre Marbán es excepcionalmente hermosa, con descripciones sobre la pampa beniana y sus ríos, con una visión cristianamente comprensiva sobre el modo de vida de los indios. La vida extrema de calor, humedad, pestes, alimañas, mala alimentación, a que estaban sometidos los frailes, muestra su tesón y su fe para que sus cuerpos no se dobleguen ante la adversidad. Hubo, sin duda, en Mojos como en Chiquitos, una formidable empresa misional.
Impresiona también la visión patriótica y erudita de don Antonio Vaca Díez, ese gran trinitario, médico, investigador, científico, hombre solidario con los indígenas, exitoso empresario al mismo tiempo, pionero que ya reprochaba los males del centralismo en Bolivia. Por esos lejanos años el gran hombre ya anunciaba que tanto en Santa Cruz como el Beni, las ideas de descentralización iban en progreso. El amor con que se refiere a su tierra es admirable.
En la crónicas correspondientes a Pando no pueden faltar, por supuesto, los orígenes de cómo se fue poblando -o más bien rescatando- lo que era el Territorio Nacional de Colonias, que estaba casi perdido para Bolivia. No haber ocupado nuestro territorio debidamente, hace que ahora nos mortificamos diciendo que cedimos la mitad de nuestra heredad, cuando lo cierto es que jamás la tuvimos completamente incorporada a la nación.
Y estalló la siringa y la cascarilla. Cambió la situación pero eran muchos extranjeros quienes explotaban la riqueza. Por lo menos, emprendedores como don Nicolás Suárez, que fundó pueblos y creó barracas, pusieron freno al avance de los brasileños principalmente. Aunque, al final, no se pudo salvar todo.
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