[Marcelo Arduz]

Inquisición y albores del Señor del Gran Poder


En lejanos tiempos de la colonia, arribando el enigmático lienzo del Cristo de los tres rostros a tierras de Choque-chaca, entre los aborígenes Charcas que las habitaban surgiría la inusitada devoción hacia el Señor del Gran Poder, identificado con el áureo ídolo de tres cabezas que los pueblos precolombinos adoraban bajo nombre de Tanga-tanga.

La nueva advocación se instaló en la ciudad de La Plata, en un vetusto caserón colonial aledaño a la Plaza de Armas (hoy calle Bolívar esq. Dalence), ante cuya capilla los fieles acudían los viernes a orar, depositar flores y encender velas. Pese a su arraigada devoción, por presiones de la Reforma el Concilio de Trento proscribió la imagen, ordenando bajarla de los altares.

Ante el descontento generalizado, una comitiva de la Inquisición tuvo que intervenir el templo y requisar la pintura. Aunque reciente publicación niega el paso del “Santo Oficio”” por Charcas, la “Historia de Chuquisaca” del patricio Valentín Abecia Valdiviezo (Sucre, 1939), certifica que tuvo por sede el caserón del Gran Poder e interpuso numerosos procesos hasta la creación del Arzobispado.

Pese a la reserva de los actos del Tribunal, se develó que su propósito principal fue desenterrar la cruz precolombina de Tunupa para dividirla en tres: una la dejó en Carabuco y las otras las trasladó a Lima y la catedral de La Plata. Al parecer este pasaje respaldaría la necesidad de crear la Audiencia de Charcas en 1559.

Luego, el Tribunal extendió sus atribuciones hacia la “desacralización” del lago que en mitos conexos oficia de escenario de la creación del mundo; de los aborígenes habitantes del paraíso terrenal y los aymaras como tribu extraviada de Israel; la construcción del Arca de Noé sobre las márgenes del Titicaca, etc.

Contra la corriente que niega la incursión de la Inquisición en tierras de La Paz, la biografía del poeta Raúl Jaimes Freire escrita por la viuda Luisa Valda, refiere que lo conoció en la entonces llamada Casa del Gran Poder, “caserón que (de manera similar a lo acontecido en Chuquisaca) otrora fuera escenario del tribunal de la Santa Inquisición”

En la capital de la república, rescatado de depósito el primigenio lienzo del Gran Poder junto a una valiosa pinacoteca colonial, el inmueble que ocupara la Inquisición fue transferido a mediados del siglo pasado a la Universidad San Francisco Xavier, para establecer el espléndido Museo de Charcas.

Mientras su devoción fue aplacada en Chuquisaca, trasladada al ámbito paceño se mantuvo recluida entre muros del convento de la Purísima Concepción, al cuidado de las monjas de claustro; iniciándose años más tarde los recorridos de la imagen por diversos barrios de la ciudad, en los cuales recibía la pleitesía del vecindario hasta el traslado siguiente.

La modalidad de los “Prestes” o pasantes entre familias y barrios diferentes, perduró hasta mediados del siglo pasado, cuando en las afueras de la ciudad se edificó el templo de Chijini como depositario de la sacra efigie, en torno al cual se iría forjando el más popular barrio de la urbe paceña, conocido hasta hoy como Gran Poder.

Por ese tiempo, el lienzo paceño triface fue venerado en su estado natural, hasta que el Obispado paceño contrató en 1930 los servicios de un pintor extranjero para cubrir los rostros laterales de la pintura iniciando la nueva iconografía que identifica al Señor del Gran Poder, mientras la tela chuquisaqueña se mantuvo sin repinte alguno por causa del decomiso inquisitorial.

La última pieza, durante décadas pasó desapercibida en una sala secundaria del Museo, sobre burdos listones que restaban valía a la joya virreinal. Comisionado por la directora Lic. Orieta Durandal, pudimos contribuir a la firma de un convenio de restauración entre la Universidad SFX y el Ministerio de Cultura, luciendo hoy espléndida, en sitio destacado y con vistoso marco pan de oro acorde a la época.

Aunque el destino determinó la extinción del culto al Señor del Gran Poder entre los Charcas, en la actualidad renace en la ciudad recostada a los pies del nevado Illimani -“el resplandeciente”, en aymara- que a través de su silueta de tres cumbres nevadas, símbolo de la Trinidad, envía sus destellos a la metrópoli que dio origen a la llamada no sin motivo Fiesta Mayor de los Andes…

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