[Armando Mariaca]

El país, primero; después, mucho después, el partido


La Democracia ha sufrido muchos cambios desde la antigüedad: sin embargo, han prevalecido sus objetivos porque en su traducción literal del griego, deriva de la palabra “kratos” (poder) y “demos” (pueblo) o sea gobierno o poder del pueblo. Este concepto ha sido empleado por primera vez en tiempos de Pericles (siglo V, a.C.). De acuerdo con muchas opiniones coincidentes con experiencias vividas, Democracia implica protección, equilibrio, progreso, participación, términos que, en resumen, dan a entender que es un sistema que no es perfecto pero sí perfectible y, por lo general, resumiendo, implicaría búsqueda y defensa del bien común.

Estos conceptos no siempre han sido entendidos por las comunidades de las naciones y, menos, por las corrientes político-partidistas que con muchos tintes han actuado en la vida de los pueblos que han buscado vivir en Democracia.

En nuestro país, especialmente en períodos electorales, la política partidista ha querido y buscado en todo momento la vigencia de la Democracia como medio de vida del pueblo y forma de gobierno; pero, por sus diferencias, desacuerdos, egolatrías y complejos de ser únicos posibles conductores de los destinos del país, los mismos partidos políticos que desearon y propugnaron la vigencia de la Democracia, cuando ésta está en plena vigencia, en demostración de su conducta parecería que esos partidos se aburrieron de ella porque consideraron que “el gobierno no es bueno” y siempre le ven yerros por todo lado, critican lo que es y no, menosprecian los planes o proyectos que tiene, le endilgan hechos y conductas que no siempre pueden ser comprobados y, en general, casi nunca son propositivos y propugnadores de buenas conductas y realizaciones por parte de quien gobierna; en otras palabras, creen ellos que “el gobierno debe atenerse sólo a sus propias políticas, aciertos y errores”; la verdad es que la política partidaria debe ser colaboradora de las buenas acciones y hasta perfeccionadora de ellas porque el país es de todos y, ellos, los políticos de oposición, cuando sean gobierno, harán lo que creen que no se hace o se hace mal, será corregido y, de una u otra manera, extrañarán que la oposición no sea constructiva, crítica, propositiva y hasta cooperadora e incitadora de lo que hace el régimen en función gubernamental, habida cuenta de que todos, somos parte interesada del país.

Las experiencias sufridas o, mejor, vividas en el país con las conductas de los partidos políticos sea que estén en el gobierno o en el llano, muestran que para esas instituciones políticas, partes fundamentales de la Democracia velan más por los intereses de partido o por las conveniencias personales de los líderes, caudillos o jefes que, en su egolatría, generalmente muestran conductas no acordes con el bien común que es el país, el pueblo.

La política partidista, con raras excepciones, parece no entender que el país, llámese Estado o Nación, es, debe ser primero y, luego, muy luego, el partido. El país tiene primacía en la atención y vocación de todos sus hijos que son los componentes de la comunidad, sean gobernantes o gobernados; es la razón de vida, trabajo, disciplina, ansias de desarrollo y progreso, dedicación y esfuerzos de todos los habitantes porque es lo más importante y necesario para el conjunto de generaciones que han pasado y aquellas que vivirán en el futuro. El partido es, en la realidad, el instrumento de servicio, de entrega, dedicación, aportante de ideas, criterios, proyectos, planes y hechos a favor del bien común. No es, no puede ser más importante que el país.

La política partidista, en el actual proceso está obrando igual que en los anteriores; esto significa que sus integrantes no han aprendido de las experiencias porque siguen practicando conductas que no corresponden ni despertarán inquietudes y apoyo del pueblo de cuyo seno surge el Padrón Electoral que votará en las urnas. Hay pugnas y división, no hay coherencia alguna cuando se habla de conformar frentes; no hay unidad tampoco en el partido de gobierno y, mucho menos, actitudes o intenciones que impliquen cambios de las conductas practicadas hasta ahora en ocho años.

¿Qué se quiere del pueblo? ¿Cuánto más tendrá que soportar la prepotencia, el orgullo y la petulancia de que hacen gala las corrientes partidistas? ¿Cuándo entenderán que su misión no debe ser la que hoy muestran y que, finalmente, todas sus acciones deben estar dirigidas a encontrar los mejores sitios de gobierno mediante el proceso electoral habida cuenta que es el Estado o, mejor, Bolivia como país, el que espera acciones constructivas?

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