Los países ricos y desarrollados han crecido económicamente debido a que han agregado valor a todo lo que producían; es decir que no se han concretado sólo a producir materias primas sino a complementarlas mediante la industrialización, especialmente desde mediados del Siglo XVIII, lo que significa que esas materias primas estén listas para el uso o consumo de la población.
En muchos países -como en el caso de Japón, Taiwan, Corea, etc.- que no producen las materias primas que requiere su industria, importan gran cantidad de ellas con la finalidad de industrializarlas y darles el valor agregado que precisan para, de este modo, contar con productos cuyos precios son altos tanto para la exportación como para el consumo interno. Todo este trabajo ha implicado que esos países, Japón especialmente, han desarrollado tecnologías apropiadas para la debida industrialización de productos y su transformación total.
Nuestro país, desde siempre, es productor y exportador de materias primas y los casos más concretos están en el rubro de la minería y de los hidrocarburos, que aún no pueden ser industrializados, tanto por carencia de tecnología como de industrias instaladas para el efecto. Nuestra exportación de estaño en barras ha sido el gran paso que se dio porque se evitó la exportación de tierra (barrilla) para que las fundiciones de Liverpool en Inglaterra y en Texas, en los Estados Unidos, desechen la tierra y logren sólo la materia prima requerida, o sea el estaño en barras. Idéntico proceso requieren otros minerales que sólo en parte son fundidos en el país, pero no son procesados industrialmente para ser convertidos en productos necesarios ante las urgencias del mercado mundial.
Últimamente, el caso del hierro del Mutún es patético: fracasadas las negociaciones con la firma hindú Jindal Steel tan sólo porque no pudimos proveerle del gas necesario (10 millones de M3 diarios), seguimos exportando el hierro en bruto a fundiciones del Brasil y Paraguay, que luego nos lo venden en barras para la construcción y otros fines, pero, lógicamente, con un gran valor agregado que beneficia a sus exportaciones en detrimento de las nuestras.
Estos aspectos han sido analizados por el embajador de Francia que indicó que la estructura de las actuales exportaciones, sin valor agregado, “afectará la sostenibilidad y crecimiento de la economía boliviana”. Es una explicación lógica ante las causas de nuestra permanente postergación, que implica el no contar con industrias que, además, tengan la tecnología precisa ni el personal debidamente capacitado. Tales falencias no pueden ser resueltas porque siempre hemos dependido de importaciones que sostengan nuestra economía y lo poco industrializado que producimos es en mínima cantidad que no puede cubrir las exigencias de mercados foráneos.
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