Hemos tenido la noticia de que este mes Alfaguara, cuando ha cumplido medio siglo divulgando la mejor literatura, será transferida a una casa editora alemana y que, por tanto, perderemos a la primera editorial extrajera -no sé si la única- que imprimió literatura nacional en nuestro propio país. Publicar libros de autores bolivianos no era cosa sencilla hace pocos años si no se contaba con el mecenazgo o la buena voluntad de alguien que tuviera inclinación o amor por las letras. En mi caso, si no hubiera sido por entrañables amistades a quienes jamás dejo de agradecer, mi primera novela hubiera demorado mucho tiempo en aparecer o no hubiera sido leída nunca. Habría quedado archivada como alguno de los borradores amarillentos escritos a máquina que guardo en carpetas viejas de mi escritorio. Y posiblemente no hubiera intentado escribir ni una letra más, con lo que la literatura tampoco hubiera perdido nada.
Pero he ahí que editada Luna de Locos en La Papelera en agosto de 1994 (¡van a ser 20 años!) y reeditada por las fundaciones “José Bertero” y “Última Hora” en mayo del año siguiente, me cayó del cielo la noticia de que Alfaguara se había instalado en Bolivia y que tenía interés en editar mi obra. Andrés Cardó, novel gerente de Alfaguara en La Paz por entonces, dinámico y bien relacionado como pocos, se encargó del asunto y apareció la novela, bellamente imprimida, en el mes de mayo de 1996. Tuve el privilegio, entonces, de ser, por azar, el primer autor boliviano publicado en esta editorial perteneciente al entonces muy poderoso grupo Prisa de España, que conducía el ya fallecido Jesús Polanco.
No sólo Alfaguara publicó Luna de Locos en Bolivia, sino que también en Argentina (dos ediciones en 1998), Chile (agosto de 1998) y España (edición de bolsillo, febrero de 2002). Pero, además, antes, en febrero de 1997, la editorial se decidía a publicar mi segunda novela: Margarita Hesse. Fue también la segunda obra literaria de un autor nacional que Alfaguara entregaba a los lectores. Luna de Locos y Margarita Hesse resultaron ser las dos novelas bolivianas pioneras que imprimió la empresa hispana, para que luego se lanzaran al encuentro del ávido pero escaso público amante de los libros varias decenas de narradores nacionales que hoy son ampliamente conocidos.
Sandiablo no fue publicada en Bolivia por Alfaguara (lo hizo la editora cruceña La Hoguera recientemente), pero la publicó en Buenos Aires en julio del año 2000, de la mano de Fernando Estévez. Asimismo, Alfaguara lanzó la edición brasileña de Sandiablo para la Bienal de San Pablo el 2008. El Águila Herida fue el último de mis trabajos que editó Alfaguara cuando estaba a su cabeza Alberto Polanco. Luego, trasladado a Santa Cruz, mi relación con la casa editora española languideció poco a poco hasta desaparecer y mis últimas novelas han sido producidas por La Hoguera, que me acogió magníficamente.
¿Cómo no ser reconocido con esta empresa que pasa a otro propietario y nos entristece? ¿Cómo no agradecer a Andrés Cardó, Isabel Polanco, Juan Luis Cebrián, Juan Cruz, Esteban Fernández, Carlos Calvo, Carlos Ossa y tantos otros? ¿Y a todos los buenos amigos del grupo Santillana en Madrid? Alfaguara significa, en árabe, algo así como manantial de agua muy abundante o vertiente que se renueva. No sé cuál será el significado exacto. Pero debemos coincidir en que el manantial que Alfaguara produjo en Bolivia fue copioso, renovado, fresco y cristalino. Fue agua que corrió hacia las huertas que la necesitaban para darle verdor a sus cultivos. El “Premio Nacional de Novela Alfaguara” -el más importante en el país del que lamentablemente no participamos nunca- había impulsado a muchos escritores bolivianos -muy jóvenes algunos- a ser parte de ese manantial que lo hubiéramos deseado inagotable.
En el mundo hispano con sólo citar a Saramago y Vargas Llosa tenemos dos referencias de espléndidos escritores, galardonados con el Nobel, ligados a la casa que ahora cierra sus puertas. Ellos dieron más lustre a esta legua que siempre estuvo viva, que crece desmesuradamente, con casi 500 millones de personas que la hablan, y que se jacta de otros cientos de autores extraordinarios que sería ocioso citar, que hacen de la ficción y el pensamiento el vínculo fantástico que nos relaciona a los hispano-americanos. La historia de Alfaguara, por tanto, estará presente en América como en España, y sus timoneles Jesús Polanco, y en especial su hija Isabel, fallecida tempranamente, tendrán un lugar destacado entre millones de lectores y entre quienes un día ya lejano entregamos nuestras páginas inciertas, con esperanza, para verlas finalmente convertidas en libros. No es poco lo que le debemos a ese manantial de agua clara que se renovaba.
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