La fragmentación del conjunto de partidos políticos del país ha ido revelando una creciente desintegración de la alta e importante actividad política, dando origen, por tanto, a la politiquería, concepción que ha impuesto su hegemonía en el desarrollo histórico del país. En efecto, los politiqueros han sentado sus reales en nuestro medio y no se conoce la existencia de verdaderos políticos. Han sido sustituidos por politiqueros y politicastros de todo tipo.
No obstante la profundidad de esta crisis, esa desintegración estaría siendo solucionada gracias a visiones más amplias y dejando de lado puntos de vista conservadores que, deliberadamente o no, favorecen a corrientes populistas proclives a mirar el pasado, igual que la mujer de Lot que por mirar hacia atrás quedó convertida en una estatua de sal.
La unificación de algunos organismos partidarios tiene, además y principalmente, el objetivo de unir el pensamiento político con metas de interés general, más que con fines electorales y personales. De ahí que su importancia radica en ese sentido principista y no en caprichos pragmáticos o utilitaristas.
Sin embargo no es suficiente porque no existe la unidad por la unidad, pues ella debe girar en torno a grandes objetivos que respondan a intereses generales y no sólo a intereses de capillas provincianas o localistas. En efecto, propiciar sólo objetivos abstractos como “reconocer derechos de hombres y mujeres”, “garantizar el cumplimiento de derecho”, “velar por la seguridad ciudadana”, etc. no es suficiente. Tampoco tienen valor consignas que sólo se refieren a enfrentar los efectos sin tomar en cuenta las causas de los mismos.
Es más, no sólo se cae en abstracciones sino se deja de lado los grandes problemas que padece el país, y si no son resueltos a tiempo se corre el riesgo de prolongar la actual crítica situación y seguir administrando un obsoleto sistema populista. En efecto, si se estudia las propuestas de algunos partidos, se ve fácilmente que son nebulosas y no toman en cuenta, ni mucho menos, los grandes asuntos que pesan sobre el país.
Ni una palabra se dice sobre el aspecto fundamental de organizar y hacer funcionar el sistema productivo agrario del país; no se hace ni la menor referencia al problema de la tierra y sus consecuencias; no se tiene en cuenta la cuestión agraria en general y tampoco se hace referencia a la aguda cuestión minera, la decadencia de la industria, no se toca los asuntos del narcotráfico, el contrabando, la dependencia colonial, por citar sólo algunos aspectos.
Así mismo, se observa que las ofertas partidarias constituyen en gran medida la continuidad del régimen populista vigente. No muestran signos de entrar a un nuevo orden de cosas que supere la situación presente. Lo que se vislumbra es que en el futuro continuará un proceso caótico, mayor desintegración de la economía y, ante todo, el olvido de las grandes fuerzas motrices de la economía nacional. Así no saldremos del fondo del pozo al que estamos cayendo desde hace varios decenios.
No son, pues, sólo necesarias la alianzas de fracciones partidarias, sino que para que estas existan realmente y tengan el éxito que espera el pueblo boliviano, lo que deben hacer es plantear soluciones estructurales de la realidad y no limitarse a proponer la cura de los males con parches y curaciones superficiales y que significarían que los remedios serían peores que la enfermedad.
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