Erick Fajardo Pozo
El planteamiento político de la oposición boliviana se reduce a una pulsión electoral reactiva. No hay estrategia de poder ni lectura de la realidad, simple y llanamente un errar a la deriva hacia las ánforas de la reedición presidencial, la carga ciega y desesperada de una horda contra la muralla de Adriano, en términos de estrategia bélica medieval: un ataque Picto.
Sin comprensión filosófica de la guerra, las hordas bretonas liquidaban sus escasas fuerzas en el asalto a la muralla exterior de los bastiones o avanzadas romanas. La oposición residual, cuyo único horizonte político parece ser reeditar su castrante experiencia en los curules del Legislativo, pretende no entender que una estrategia política limitada a lo electoral, y una estrategia electoral limitada a la disputa del Legislativo, es un asalto Picto.
La tesis de llegar a la Asamblea Legislativa para desde allá “prestar resistencia tenaz pero democrática” al Gobierno es un absurdo de ingenuidad similar a creer que por trasponer la muralla de Adriano los bárbaros habían empezado la conquista de Roma.
Desorganizados y tribalizados, lo único que compartían era su odio por el César y el afán del botín. Su lógica primaria de contienda les hacía pensar en la toma de la muralla perimetral cual la primera victoria en la captura gradual de posiciones enemigas. Pero el muro exterior tenía un objetivo: frenar la primera arremetida del invasor, visibilizar la dimensión real de su ejército y diezmar su número en campo abierto. Exactamente lo que sucede con la oposición en el escenario electoral.
Esta oposición, de característica eminentemente residual, es la de los eternos terceros y cuartos en los comicios de la era de la democracia transaccional. Acostumbrados a cogobernar, aun sin ganar, no terminan de entender la ruptura de su lógica política y los nuevos términos de la cuestión del poder. Siguen tratando de combatir bajo principios de contienda que han sido abolidos por la organizada e institucionalizada guerra de poder del MAS.
No tienen sujeto histórico ni base social; no hay órgano de poder, intelectuales orgánicos ni vanguardia. Sólo candidatos, ávidos candidatos, ideológicamente asexuados, de esos que caben en cualquier lista y no reconocen liderazgo o dirección política alguna, sólo obediencia condicionada a su transitorio mecenas, al dueño de la sigla, hasta que una diputación o senaturía los emancipe del penoso yugo de su interesada sumisión.
No entienden la nueva realidad política, o quizás nunca les interesó. Se mienten y le mienten al país. Su meta discursiva es la falacia de “forzar una segunda vuelta”. Su objetivo probable es arrancarle al MAS el “tercio de oro” en el Legislativo, una trinchera desde la cual se pretende después asaltar la plaza fuerte.
La linealidad estéril de la estrategia tribal era mirada por César con complacencia. Al fin y al cabo Roma alimentaba con dádivas a unos y asedio a otros la división entre clanes y tribus.
Pero los bárbaros no fracasaban por su estado civilizatorio, sostener eso sería un darwinismo histórico inaceptable, sino por su tribalización. Un asalto a la muralla era un precario momento de unidad contra un enemigo común, era una alianza que a veces no sobrevivía un fracaso en trasponer la muralla exterior o el agotamiento de un asedio en el que el invasor se convertía en presa de los arqueros y matacanes romanos.
Finalmente, lo que no quebraba la tensión y el descontento de una asalto fallido a la muralla lo hacia el agotamiento de la interminable marcha hacia Roma. Sólo después de trasponer el perímetro del imperio los bárbaros descubrían que miles de millas los separaban aún del palacio de César y sus riquezas.
No han pasado dos meses de la “gran empresa del desprendimiento por la unidad” y ya la repartija de un botín, que aún no han capturado, ha diezmado a la oposición y su propia credibilidad. En suma, su discurso es “la unidad”, pero su efecto político es la dispersión.
En noviembre el asalto opositor al Legislativo será todo lo que César esperaba: Una debilitada horda que se habrá diezmado en una incomprensible contienda intestina por espacios y que se estrellará contra los contrafuertes de la regencia cocalera.
Usurpado el 7 de octubre de 1970, por defender EL DIARIO |
Dirección:
Antonio Carrasco Guzmán
Jorge Carrasco Guzmán |
Rodrigo Ticona Espinoza |
"La prensa hace luz en las tinieblas |
Portada de HOY |
Caricatura |