Menudencias
Salvo la paliza histórica y el baile del martes de Alemania a Brasil en el Mundial, hay muchas cosas absolutamente previsibles, aunque vivimos tiempos de cambio. Entre ellas, por ejemplo, la decisión chilena, por mucho que se la critique, de impugnar la competencia de la Corte Internacional de Justicia para tratar la demanda boliviana de acceso marítimo o la negativa presidencial a debatir con sus adversarios políticos.
Era posible, sin duda, una derrota brasileña en Belho Horizonte. Aunque dicen los que saben que en el fútbol no hay lógica, lo cierto es que el seleccionado brasileño llegó a semifinales dejando muchas dudas como equipo, pese a sus individualidades. Por eso llegó con ayudita del árbitro o algún palo. Pero el 1 a 7 era absolutamente imprevisible. Goleadas de esa magnitud en semifinales son difíciles. A esa instancia llegan generalmente los que se supone cuatro mejores del mundo.
Imprevisible o no, la goleada fue una forma muy dura de mostrar la realidad a los hinchas, brasileños o no. Una realidad que marca diferencia entre disciplina, organización, planificación y exitismo, individualismo e improvisación. Una exquisita muestra de planificación fue, por ejemplo, la del técnico de Holanda que cambió a su guardameta en el último minuto del alargue ante Costa Rica, sólo para la ronda de penales. Una patética muestra de improvisación fueron las dudas del técnico brasileño para encontrarle sustituto a Neymar.
Es totalmente previsible, ahora, que las lágrimas y el desconcierto inicial terminen alimentando nuevamente las demostraciones de enojo de los brasileños contra su gobierno. De hecho, comenzaron ya ese mismo día en San Paolo. A los hinchas les cuesta digerir la derrota futbolera. Pero hinchas o no, los brasileños tienen atragantados los excesivos gastos en el Mundial. Y sobre todo los tantos y tan graves problemas sociales que conviven con las denuncias de negociados y corrupción en el manejo de nada menos que 15.000 millones de dólares.
Cuando la fiesta ya terminó para los brasileños, es también absolutamente previsible el alto costo político que tendrá para su gobierno y sobre todo para la presidenta Dilma Rousseff y sus probables expectativas de reelección. Incluso para la figura política del ex presidente Lula, que se encargó de conseguir la sede. Gajes de la política, dicen, cuando se mezcla con el deporte.
Al margen de que no es aconsejable mezclar chicha con limonada, lo que era también absolutamente previsible es la reacción de Chile contra la demanda marítima de Bolivia. En ese caso con absoluta certeza. Desde siempre y bajo cualquier signo ideológico de sus gobiernos, la política de Chile en relación con la demanda marítima de Bolivia buscó patear el problema para adelante. A estas alturas, desde la mirada de profano, podría considerarse que esa misma intención inspiró las siete ocasiones en que expresó alguna voluntad de negociar.
Su decisión reciente de desconocer la competencia a la Corte Internacional para tratar la demanda no es más que una previsible “chicana” jurídica para demorar el proceso. Igual de previsible que su campaña para “marear la perdiz” tergiversando el argumento de fondo de la demanda boliviana. Es una actitud coherente con su política tradicional de negar el problema, por mucho que sus gobernantes (de diferentes tendencias ideológicas) hayan dicho muchas veces que les interesa resolverlo. Coherente con el lema de su escudo, que le cierra las puertas al debate y la discrepancia de razones.
En el plano interno y en ese mismo tren de posiciones previsibles es posible entender la negativa presidencial a debatir con sus adversarios políticos. El que los haya mandado a debatir “con su abuela”, aunque no incluyó el carajo de Eduardo Abaroa, refleja nomás una férrea voluntad de imponer, que está por encima de la vocación de convencer.
El debate es fundamental en cualquier democracia. La esencia del sistema es que las mayorías, por amplias que sean, escuchen la voz de las minorías, por minúsculas que sean. Y sobre todo, que estén dispuestas y decididas a respetar sus derechos, entre ellos el de discrepar. Porque la rueda gira. En el fondo, se trata simplemente de que la razón se imponga sobre la fuerza. A contrapelo del lema del escudo de Chile, que postula imponer su voluntad por la razón, o por la fuerza.
Es también previsible, por eso, la respuesta y la conducta de las gentes. Cuando los intereses personales o de coyuntura relegan a principios y valores comunes, los actos dependen de las circunstancias, siempre coyunturales. La tentación de imponer desde arriba suele ser más fuerte que la vocación de convencer que se expresa desde abajo. Lo imprevisible, en todo caso, es hasta qué punto es posible tirar de la cuerda, sin que reviente.
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