Para la colectividad nacional, todo proceso de elecciones conlleva la esperanza de que las autoridades a ser elegidas por el voto popular tengan conciencia de país y vocación de servicio; que al decidir ser candidatos a los más altos sitiales o a cualesquiera de los que se ocupen en los poderes del Estado, se haya renunciado a posiciones sectarias, de intereses mezquinos, de ambiciones que implican corrupción de valores y principios.
Si los candidatos tomaran conciencia de la importancia de lo que significa ser autoridad, autoridad con sabiduría, desde siempre habría sido diferente la actuación de muchos que han buscado sólo el beneficio personal, partidario o familiar, abandonando toda virtud y haciendo escarnio de los propios valores y principios. Quienes buscan ocupar cualquiera de los cargos de servicio al Estado, deberían tener en cuenta un principio: La autoridad sin sabiduría es como pesado cincel sin filo: sólo sirve para abollar, no para esculpir.
Es absolutamente necesario e importante que quienes pretenden llegar a la Presidencia de la República y a los demás cargos o situaciones que implican los poderes del Estado, tengan en cuenta que el mejor servicio al país sólo puede ser cumplido con moralidad, que es sinónimo de rectitud, probidad, dignidad, integridad, decencia, honradez, decoro, capacidad y muchas otras virtudes que hacen a la ética, que es la filosofía de la moral.
La integridad de los servidores del país tiene que ser la luz que alumbre a los gobernados; debe ser la línea de rectitud que conduzca a los pueblos, tiene que ser ejemplo de honradez y decencia para el manejo de los bienes del Estado. La probidad debe ser la virtud que acompañe todos los actos de quienes asumen poderes políticos, económicos o sociales; sin estas condiciones -no siempre fáciles de conseguir- no se refleja lo que es la conciencia, la elección del bien desechando todo lo malo.
Cuando los pueblos caen en manos de gobiernos totalitarios, dictatoriales y tiránicos, desaparecen todas las condiciones de buen y decente servicio, porque quien ejecuta políticas nacionales en la administración del Estado ha olvidado sus propias virtudes y las ha trocado con la corrupción que, a su vez, posee tentáculos de todo orden que lastiman y postergan a comunidades confiadas a su administración, y es contraria al país.
Adquiere suma importancia el abandono de la soberbia, el mal que siempre ha perdido a la humanidad y la hizo proclive al mal, a los enfrentamientos, las guerras y la destrucción de todo valor moral o material. Contraponer a la soberbia con la humildad y la caridad es propósito de sabios y designio de quienes buscan servir con eficiencia, eficacia, honradez y responsabilidad, condiciones que adquieren importancia cada vez mayor, cuanto más exigencias y necesidades hay por parte del bien común.
La política es un arte, un medio eficaz de amar y servir; es la razón de ser de la Democracia porque contiene los principios de libertad, hermandad, igualdad, condiciones que, a la vez, implican respeto a los derechos ajenos, muchas veces renunciando a los propios. En política partidista, es importante que se tome conciencia del bien común para servirlo y atenderlo conforme a la Constitución, las leyes y los principios de moralidad que tienen que estar unidos forzosamente a todo accionar del que posee poder de cualquier naturaleza. Evidentemente, política podría decirse que es también sinónimo de poder y éste, cuando se trata de los destinos de un país, debe contar con políticos probos que respondan a las reglas de moralidad, partiendo inclusive del principio de que la política es una ciencia, un arte y un medio para hacer el bien. Por todo ello, quienes ejercen la política partidista deben contar con la cultura y la sabiduría necesarias, tanto para dar ejemplo como para conducir los destinos de quienes creen en ellos.
El poder en sí es -especialmente para quienes creen en un Ser Supremo que rige los destinos de la humanidad- el ejercicio o manejo de todo lo que beneficie al ser humano, busca el bienestar general y practica virtudes, valores y principios que no pueden contaminarse con el mal y no puede soslayar el cumplimiento de su misión con lo negativo que es el dejar hacer y dejar pasar, que es una forma de nomeimportismo irresponsable.
Todo bien y todo poder proviene de Dios y, por lo mismo, no puede estar supeditado a intereses que lo rebajen, lo prostituyan y destruyan porque el creer en Dios es aceptar de buen grado sus mandamientos y enseñanzas en favor del bien común del que forman parte, para el cumplimiento de deberes y obligaciones, hasta los que muy pedantemente dicen: “Gracias a Dios soy ateo”, una forma de confesar que Dios existe y a Él nos debemos en el cumplimiento y seguimiento de conductas honestas y responsables.
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