Lenta agonía del “minibús”

Para nadie pasa desapercibido que las distintas líneas del servicio de minibuses, sobre todo por estas fechas, atraviesan malos ratos. Nos referimos a la “escasez” casi crónica de pasajeros, incluso en las denominadas horas “pico”. Mucha gente opinará que ello se debe a la vacación invernal de escolinos y colegiales, quienes son los que generalmente ocupan, al igual que gran parte de la población, dichos vehículos de transporte público.

Actualmente, que en horas de la mañana el “minibús” llegue a la zona sur, por ejemplo, con sólo dos o tres pasajeros, ya resulta el colmo para sus conductores, que casi siempre son los propietarios. Ya hace bastante tiempo, para paliar su difícil situación decidieron “eliminar” el servicio de voceadores, también conocidos como “serruchitos”. Ahora quienes desempeñan esas labores son las esposas, hijos, sobrinos, y en algunos casos los abuelos, mientras que un gran porcentaje prefiere trabajar solo, ahorrándose de ese modo el gasto consiguiente que significa el pago del estipendio al ayudante.

Evidentemente, ya lo habíamos dicho hace algún tiempo, el problema para este sector de transportistas no es nuevo. Con el advenimiento de los denominados buses PumaKatari, en primer lugar, la competencia está a ojos vista. Con el servicio del teleférico aún más, y eso que no se cuenta aún con las tres líneas. Además, los municipios paceño y alteño anuncian la adquisición de una mayor cantidad de motorizados, al igual que el propio gremio de dirigentes del transporte que hizo conocer su intención sobre la importación de otras centenas de buses.

Entonces, como se pintan las cosas, dado además el incómodo servicio que prestan desde muchos años, se puede afirmar que los minibuses están afrontando una especie de lenta agonía, sumado a ello que existe un elevado parque automotor de vehículos de estas características -muchos de ellos fabricados para transportar cualquier cosa, menos personas-, que en resumidas cuentas vienen a causar un tremendo congestionamiento en las vías capitalinas.

Además, la dura y hasta sañuda competencia entre las distintas líneas no es de hoy, sino permanente, por lo que cada una a su turno implantó el popular “remate”, aplicando la tarifa de “un pesito” desde el centro paceño a la Ceja, y a otros barrios. Luego los propios choferes anunciaron que tal remate ya había muerto porque perdían dinero, e impusieron así el denominado “trameaje”, o sea el servicio hasta determinados sitios únicamente, sin cubrir toda su ruta, lo que en casos alivió efectivamente su situación económica, y en otros les dio pingües ganancias, por cuanto el usuario desde entonces tuvo que utilizar dos o tres veces tal servicio para llegar a su destino.

En fin, ahora, pese a todo, y no es porque los niños y jóvenes se encuentren gozando de las vacaciones invernales, los minibuses están nomás condenados a “morir”. Es por eso que hablamos de una lenta agonía, por cuanto otros servicios más cómodos, seguros, que ostentan puntualidad y eficiencia, han pasado a reemplazarlos. Quien quiera aún ver como una veta de buenos ingresos el poseer un minibús, digamos que está equivocado, pues además ya no los quieren en varios sitios del país, donde se oponen tenazmente a su ingreso. ¿Será entonces el principio de su desaparición? vaya a saberse, pero lo cierto es que, reiteramos, ahora existen servicios de transporte masivo mucho más cómodos y seguros para los aún sufridos y virtuales mártires usuarios.