El Estado represor

El Estado en la definición más sencilla está considerado como “la sociedad jurídica y políticamente organizada” y tiene cuatro elementos esenciales: el territorio, la población y el gobierno, a la que le hemos añadido la soberanía, es decir la cualidad de no depender de otro poder.

La finalidad más importante del Estado es buscar el bien común, es decir el bien de todos los habitantes y no sólo de algunos, en especial los allegados a quienes ejercen la administración del poder del Estado. Precisamente el componente Gobierno es el que administra la “cosa pública”, pero muchas veces, en especial en países de escaso desarrollo, estos administradores se confunden con el Estado mismo, y los intereses del conjunto de la sociedad son subalternizados a los intereses del grupo gobernante.

El fin y objeto del Estado como organización social es precisamente el individuo como parte del colectivo humano que habita el territorio del Estado, y de ahí que aparecen las dos corrientes ideológicas más importantes desde la antigua Grecia, al comunismo colectivista y la democracia de libertades. El socialismo comunista exalta al Estado totalitario y pone al individuo al servicio del Estado, que resulta el grupo gobernante, es decir que el individuo es sólo una pequeñísima pieza dentro del aparato estatal. En la democracia liberal, el Estado está o debería estar al servicio del individuo, garantizándole sus derechos y apuntándolo como el objeto y fin del Estado y su estructura.

En nuestro país, el Estado ha sido diseñado como una maquinaria represora, y no nos referimos a la represión política que ejercitan los gobiernos de turno, unos más que otros, según su orientación ideológica y que en el actual régimen de gobierno ha sido una política constante, sino que las normas, las instituciones que hacen el aparato administrativo del Estado y los individuos que prestan servicios en el mismo, permanentemente en su relación con los ciudadanos no hacen sino reprimir sañudamente a éstos, pues todo se define en notas de cargo, multas, intereses, UFVs, remates, etc., tanto en las instancias impositivas del Gobierno central para recaudar tributos, en los niveles departamentales y municipales, victimizando al individuo hasta niveles de absoluta intolerancia.

En estos tiempos electoralistas, sería oportuno que alguna candidatura ofrezca en su programa “poner al Estado al servicio del individuo o ciudadano”, desmantelando ese aparato represor que hace difícil la vida en la sociedad boliviana.

En estos días se ha llevado a cabo un encuentro sobre la felicidad, con la participación de expertos en el tema, pero casi nada se habló del modelo estatal represor que llega a vulnerar los derechos humanos de los individuos, y más bien se han concentrado en las aptitudes sicológicas del individuo para ser feliz.

Nos preguntamos, ¿podemos ser felices si constantemente somos objeto de represión estatal?

El ser humano como un producto de la naturaleza nace libre, pero es la sociedad organizada en Estado la que lo somete a una vida represiva, todo en nombre del Estado que, como dijimos, resulta el interés del grupo gobernante, lo que no significa que proclamemos la anarquía o libertarismo, pero en pleno Siglo XXI, siglo de las plenas libertades, debemos cambiar el Estado y ponerlo al servicio del ser humano y sus derechos, no oprimirle y reprimirle.

No olvidemos la sentencia del gran Franz Tamayo, que sostuvo: “A título de mayoría, el partido de gobierno comienza a devorar a la Nación para acabar a su turno, devorado por su jefe, el hombre de acción, ello es posible solamente gracias a que el patrimonio de todos, que es el poder y el dinero público, es puesto al servicio de la criminal empresa”.