Ángela Quispe Mamani
Era Nochebuena cuando papá llegó trayéndome de regalo una muñeca de trapo, para mí y solo para mí, porque éramos diez hermanos y nuestra pobreza era extrema, y no hubo más regalos para ellos, desde entonces han transcurrido 12 años y en estos últimos años, jamás había vuelto a recibir un regalo, y, hoy recuerdo aquella noche como si fuera ayer, en que yo recibí la muñeca con una profunda alegría y me sentía favorecida porque era la primera y única vez que recibía un regalo. Mi alegría era tal que, fui a abrazar a mi padre por tan hermoso regalo. Por fin podía jugar con mi muñeca como lo hacían todas mis amigas y compañeras de escuela.
Me hice ilusiones de llevar a la escuela, mostrarles a mis amigas mi regalo de Navidad. No existen palabras para describir tanta alegría, emoción y agradecimiento. Prometí ser una niña buena, obediente, hacendosa, trabajadora, de noble corazón y profundos sentimientos. Pensé que todo era un sueño, me dije: no es verdad, tenía seis añitos y jamás había recibido un rega-lo para mi modo de entender, muy grande, pero la alegría no duró mucho. El enemigo estaba en la misma casa, todos los siete pecados capitales juntos, se encontraban como leones rugiendo, prestos a saltar sobre su presa. Allí estaba el orgullo imbatible de mis hermanos, no estaba lejos la pereza, la flojera les dominaba por doquier, no estaban dispuestos a hacer algún mandado de buena voluntad, si alguien rompía algo, nadie decía la verdad, siempre estaba presente la mentira, acusando siempre al más débil.
Las peleas airadas entre mis hermanos eran casi a diario, a veces sin que existiera motivo alguno. Pero un sentimiento de envidia entró en sus corazones y tramaron para hacerme la maldad, esperaron a que me durmiera. Pensando en que algo harían, llevé a mi muñeca a mi lado, la aco-modé y así nos dormimos juntas. En mis sueños, continuó la realidad, soñé con un cuarto con muchos estantes y en cada peldaño había muchas muñecas. En mis sueños salí corriendo a llamar a mis ami-guitas para jugar con tantas muñecas.
Eran cientos de muñecas, de todo tama-ño, color y calidad y mi alegría era sin límites. Por la mañana desperté y busqué a mi muñeca y no estaba a mi lado, de pronto oí las risotadas de mis hermanos y les pregunté si no habían levantado a mi muñeca, mirándome se reían a carcaja-das. Volví a gritar: ¿Han visto mi muñeca? Y como respuesta solo oía la risa sarcástica de mis hermanos bellacos, remedán-dome mi interrogación. Uno de ellos me indicó que lo había visto sobre el techo y sin pérdida de tiempo, corrí a buscar la escalera para subir al techo, subí imaginando lo peor, porque mis hermanos, co-nociéndolos, eran capaces de todo. No me equivoqué, allí estaba mi muñeca, total-mente descuartizada, la cabecita estaba sin los cabellitos de lana trenzada, los brazos totalmente desechos, de las piernitas estaban saliendo el relleno de aserrín.
Mi corazón desfalleció, agarré los dese-chos tratando de unirlos y….. no, no era posible, todo estaba totalmente desecho. Aquella mañana me pasé llorando y lo más triste fue que mis padres no dijeron nada, solo atinaron a decir; por qué no te cuidas. Y, ni antes, ni después no recibí ningún regalo.
Ángela Quispe Mamani es
secretaria ejecutiva CEA- Corea
Cel. 60570012
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